Dicen que el desierto es lugar de fantasmas y espíritus. La sangre derramada prematura y violentamente en las arenas esclaviza el alma de los difuntos obligándola a permanecer en el lugar hasta que se cumpla el tiempo en el que estaba sentenciada su muerte por causas naturales.
Por las noches las ánimas se congregan y hacen sus festejos en los también fantasmales salones de las oficinas salitreras abandonadas hace décadas para regresar durante el día, en espera de recibir ofrendas de aquellos por quienes han intercedido en el mundo espiritual, a los cenotafios que algún lejano día construyeron sus deudos.
Aquellos que gozan de un buen nivel de influencias en las esferas celestiales mantienen sus capillas repletas de velas, flores, banderas, placas de automóviles, cigarrillos y botellas de licor. En tanto los que no han sabido hacerse de contactos entre santos y ángeles deben conformarse con añosas flores de papel cubiertas por el polvo y desgastadas por el viento.
En pleno desierto de Atacama, en los casi veinte kilómetros de carretera que unen la Ruta 5 Norte con la ciudad de Iquique se levantan casi un centenar de animitas que recuerdan a quienes han muerto allí en trágicos accidentes de tránsito.
3 comentarios:
Hay tramos de carretera que son magníficos en todo su contexto. Otros, son como anodinos paisajes donde la mirada nunca sabe donde fijarse y otros, son simplemente una representación fidedigna del silencio.
Creo que ese tramo que nos recuerdas pertenece a ese tercero.
Un abrazo
Algunos retratan historias sin el lente.
Es un placer leerte
Aún en el polvo del desierto hay tiempo y lugar para el recuerdo.
Publicar un comentario