Cuando era niño las noticias de viernes santo hablaban de las inmensas filas para participar de la eucaristía en alguna de las iglesias de Santiago; treinta años después las noticias hablan de las inmensas filas en las plazas de peaje de las carreteras por donde los santiaguinos buscan escapar a los balnearios del litoral.
Hace tiempo que semana santa para una gran mayoría se convirtió en una suerte de vacaciones express y de su sentido original solo queda la trigésima repetición en la televisión de Jesús de Nazareth de Franco Zeffirelli y uno que otro documental en el cable.
En una sociedad que lucha por el pluralismo, que exige que la iglesia deje de intervenir en las decisiones del estado, en donde los sacerdotes y obispos son mirados con desconfianza por sus escándalos sexuales, en donde pastores y predicadores son mirados con desconfianza por sus escándalos financieros, la religión a todas luces se bate en retirada.
Pero todo lo anterior parece contradictorio al ver los miles, y en algunos casos cientos de miles, de personas que se congregan en Febrero en Yumbel para la Fiesta de San Sebastián, o en Junio en la bahía de Valparaíso para la Fiesta de San Pedro, o en Julio en la pampa nortina para la Fiesta de la Virgen de La Tirana, o en Agosto en la isla de Caguach para la Fiesta del Nazareno, o en Diciembre en la precordillera coquimbana para la Fiesta de la Virgen de Andacollo, y eso solo por mencionar algunos.
Es cierto que un buen número de los asistentes son solo observadores en busca de imágenes llenas de colorido, otros tantos tan solo están interesados en la fiesta en sí, pero también es cierto que la gran mayoría compuesta por pescadores, campesinos, pirquineros, dueñas de casa, y toda clase de gentes humildes y sencillas se congregan en estas celebraciones motivados por la fe, agradeciendo los favores concedidos o solicitando nuevas dádivas.
Fe en que hay fuerzas superiores que prodigaran un mejor mañana, fe en que se encontrará alivio para aquella enfermedad que el sistema de salud no cubre, fe en que se multiplicará el dinero que a todas luces es imposible que alcance hasta fin de mes, fe en que este año las lluvias lleguen a tiempo, fe en que los cardúmenes de peces esquivaran las redes de los buques factoría y volverán a los dominios de los pescadores artesanales, fe en que todo cambiará para bien.
No me corresponde juzgar lo cierto o vanas que son aquellas esperanzas, solo tengo claro que hace mucho tiempo que fe y religión ya no son lo mismo.
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