Antes del comienzo de los tiempos hubo un fuerte enfrentamiento en el wenumapu (tierra de arriba) en el que finalmente Antu (el sol) venció al malvado Peripillán arrojándolo al naggmapu (la tierra en la que andamos) para luego cubrir su cuerpo con enormes rocas que terminaron por formar la montaña a la que los hombres del norte más tarde llamarían Osorno.
Siglos y siglos más tarde los huilliches (gente del sur) llegaron a habitar las tierras al occidente de los gigantescos abismos que guardaban la prisión de Peripillán.
Los hulliches era gobernados por un anciano y sabio cacique cuya hija, Licarayen (flor blanca) estaba comprometida con el valeroso toqui (líder guerrero) Quitralpi. Pero la belleza de Licarayen incendió la pasión del viejo Peripillán el que al enterarse del amor de la joven por Quitralpi explotó de furia arrojando fuego y rocas por sobre el abismo con el fin de destruir a los hombres y sus moradas.
El sabio cacique reunió a los ancianos para buscar una forma de calmar la ira del antiguo espíritu hasta que en medio de ellos se apareció un viejo machi (chamán) quien les dijo que para aplacar la furia del pillán (espíritu) debían depositar envuelto en una rama de canelo el corazón de la joven más bella, noble y virtuosa en lo alto de un monte. Los ancianos no dudaron en coincidir en que entre todas las vírgenes Licarayen era la que mejor reunía las condiciones requeridas.
Al enterarse de la decisión de los ancianos la muchacha aceptó con orgullo su destino poniendo como única condición que fuera su amado Quitralpi el único hombre que la tocara y fuera él quien le sacara el corazón.
La princesa se tendió sobre un lecho de flores y Quitralpi le abrió el pecho para luego entregar el corazón de la joven a un mozalbete que lo envolvió en una rama de canelo y corrió con él hasta la cima del monte más alto. Acto seguido el bravo guerrero se arrojó sobre su lanza para acompañar a su amada en la muerte.
Entonces en el cielo apareció un manque (cóndor) que engulló el corazón para luego tomar la rama de canelo entre sus garras y tras un raudo vuelo arrojarla sobre las llamas del Peripillán.
En ese preciso instante desde el cielo comenzaron a caer miles de flores blancas, como nunca antes habían visto los hulliches, las que poco a poco apagaban los fuegos del iracundo espíritu.
Nevó por días y semanas y meses y años. La nieve derretida corría por las laderas de los montes hasta inundar por completo los abismos, dando origen así al Lago Llanquihue (lugar perdido), hasta que finalmente las flores blancas terminaron por apagar el poder del Peripillán sepultándolo para siempre en una tumba de hielo.
Sin embargo las flores sobre las que quedaron tendidos Licarayen y Quitralpi se convirtieron en enredaderas que escondieron sus cuerpos y formaron un palacio en el que las almas de los enamorados viven hasta el día de hoy. Ese palacio solo puede ser visto y encontrado por aquellos de corazón puro en medio de las aguas del Llanquihue.
Siglos y siglos más tarde los huilliches (gente del sur) llegaron a habitar las tierras al occidente de los gigantescos abismos que guardaban la prisión de Peripillán.
Los hulliches era gobernados por un anciano y sabio cacique cuya hija, Licarayen (flor blanca) estaba comprometida con el valeroso toqui (líder guerrero) Quitralpi. Pero la belleza de Licarayen incendió la pasión del viejo Peripillán el que al enterarse del amor de la joven por Quitralpi explotó de furia arrojando fuego y rocas por sobre el abismo con el fin de destruir a los hombres y sus moradas.
El sabio cacique reunió a los ancianos para buscar una forma de calmar la ira del antiguo espíritu hasta que en medio de ellos se apareció un viejo machi (chamán) quien les dijo que para aplacar la furia del pillán (espíritu) debían depositar envuelto en una rama de canelo el corazón de la joven más bella, noble y virtuosa en lo alto de un monte. Los ancianos no dudaron en coincidir en que entre todas las vírgenes Licarayen era la que mejor reunía las condiciones requeridas.
Al enterarse de la decisión de los ancianos la muchacha aceptó con orgullo su destino poniendo como única condición que fuera su amado Quitralpi el único hombre que la tocara y fuera él quien le sacara el corazón.
La princesa se tendió sobre un lecho de flores y Quitralpi le abrió el pecho para luego entregar el corazón de la joven a un mozalbete que lo envolvió en una rama de canelo y corrió con él hasta la cima del monte más alto. Acto seguido el bravo guerrero se arrojó sobre su lanza para acompañar a su amada en la muerte.
Entonces en el cielo apareció un manque (cóndor) que engulló el corazón para luego tomar la rama de canelo entre sus garras y tras un raudo vuelo arrojarla sobre las llamas del Peripillán.
En ese preciso instante desde el cielo comenzaron a caer miles de flores blancas, como nunca antes habían visto los hulliches, las que poco a poco apagaban los fuegos del iracundo espíritu.
Nevó por días y semanas y meses y años. La nieve derretida corría por las laderas de los montes hasta inundar por completo los abismos, dando origen así al Lago Llanquihue (lugar perdido), hasta que finalmente las flores blancas terminaron por apagar el poder del Peripillán sepultándolo para siempre en una tumba de hielo.
Sin embargo las flores sobre las que quedaron tendidos Licarayen y Quitralpi se convirtieron en enredaderas que escondieron sus cuerpos y formaron un palacio en el que las almas de los enamorados viven hasta el día de hoy. Ese palacio solo puede ser visto y encontrado por aquellos de corazón puro en medio de las aguas del Llanquihue.
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