Aquello de que la belleza está en los ojos de quien la mira es una suerte de axioma con el que usualmente buscamos justificar lo subjetivo y variado de los gustos personales, pero también en cierta medida es la constatación de que algo para ser bello debe ser contemplado.
Una playa desierta de blancas arenas con aguas color turquesa atrapada entre verdes acantilados es un lugar hermoso y paradisíaco tan solo cuando podemos contemplarlo, antes de ello es simplemente uno de tantos lugares desconocidos sumergido en esa suerte de universo paralelo en el que reside todo aquello que no hemos experimentado.
Una playa desierta de blancas arenas con aguas color turquesa atrapada entre verdes acantilados es un lugar hermoso y paradisíaco tan solo cuando podemos contemplarlo, antes de ello es simplemente uno de tantos lugares desconocidos sumergido en esa suerte de universo paralelo en el que reside todo aquello que no hemos experimentado.
Caminas casi diez kilómetros por caminos abandonados en compañía de tu hijo, guiados por los datos de algún conocido y cierta ayuda de googlemaps, descubres el lugar, al poco rato te sientes extasiado por su hermosura, a los pocos días te das cuenta que paso a formar parte de tus recuerdos y al tiempo después descubres que es otra más de tus nostalgias.
¿Mis nostalgias son entonces la suma total de las bellezas descubiertas?
Los cariños de mi abuela, el parrón de la casa donde viví mi niñez, las piernas de mi prima asomándose por su falda escocesa; José Luis, Esteban, Marcelo y mis demás amigos de infancia, las penas de amor adolescente que consoló mi madre, los campamentos en Horcón, la risa de Carmén Luz, el viento soplando por entre los árboles de la parcela de mi tío; ciertos besos, ciertas caricias; la vez que dije si acepto, las primeras conversaciones de adulto con mi padre, el pelo rubio y ondulado de mi pequeño al cumplir su primer año, la banda musical que nunca llegó a ningún lado; otros besos, otras caricias; la primera flor puesta en la tumba de mi viejo, aquellas onces familiares en el Brighton de Valparaíso, la tormenta eléctrica en el altiplano, las lagrimas adolescentes que ahora a mí me tocó consolar; los cafés, los cigarrillos y las conversaciones con Álvaro pocas semanas antes de que decidiera partir; nuevamente otros besos, nuevamente otras caricias, los viajes, los sueños inconclusos para la playa Las Docas, los amaneceres azules, los atardeceres rojos… la belleza que a ratos me apena, la belleza que a ratos me alegra, la belleza que no quiero olvidar.
2 comentarios:
Siempre tenemos una necesidad latente de hacer eterno aquello que hemos vivido. Lo bueno para que perdure y lo malo para hacerlo olvidadizo. Somos un recuerdo permanente de esos momentos que nos hicieron como somos hoy en día.
Leyendo tu nostalgia, recuerdo la mía. Tampoco la quiero olvidar.
Un abrazo Luis.
todo lo que no quiero dejar, y todo lo que no querré dejar pero inevitablemente se quedara en el recuerdo, en el buen recuerdo con esa sensación inexplicable y esa belleza imborrable, saudades y un abrazo Luis
Publicar un comentario