Hace algunas semanas caminaba por las calles de Talca, una de las ciudades más devastadas por el terremoto del 27 de Febrero de 2010 (comentario aparte encuentro una siutiquería de aquellas referirse a la fecha como el 27/F), y me resulto inevitable detenerme a observar los avances del proceso de reconstrucción.
En una urbe donde más del 70% de su casco histórico se vio dañado en términos casi irrecuperables es lógico que se hayan contratado restauradores tan solo para los edificios más simbólicos en tanto el resto fue entregado a la voracidad de las palas mecánicas y las retro excavadoras. Es así como centenarias construcciones hechas con ladrillos de adobe y vigas de madera están siendo reemplazadas por modernos edificios de acero y concreto.
El daño al patrimonio arquitectónico, cultural y estético de la capital de Maule fue enorme, pero nadie puede erguirse contra las fuerzas de la naturaleza y también nadie puede discutir el que los talquinos se merecen un comercio, hospitales, instituciones y viviendas modernas, cómodas, seguras y por sobre todo asísmicas.
Pero qué ocurre con aquello que conocemos como “Patrimonio Humano”, como los pescadores artesanales de la Caleta Portales de Valparaíso, en la fotografía, declarados una década atrás Patrimonio Vivo e Inmaterial de la ciudad; y así como ellos los pirquineros de la pampa de atacama, los granjeros de la precordillera andina, los cargadores de la Vega central de Santiago, los campesinos de los valles centrales o los arrieros y ovejeros de la estepa patagónica.
Sin duda hace un par de décadas cualquier pescador se sentía sumamente orgulloso de que alguno de sus hijos, y ojalá todos, siguieran sus pasos. Pero en la actualidad frente a la misma situación ese orgullo es reemplazado por cierta cuota de tristeza y es que todo padre desea que su hijo tenga mejores oportunidades y no se vea eternamente esclavizado por los vaivenes del clima, de los cardúmenes de peces y del veleidoso público comprador.
El anhelo por un futuro mejor, no solo en términos económicos sin por sobre todo en calidad de vida, es un derecho, un aliciente, lo que nos hace levantarnos cada mañana, lo que nos da esperanzas y lo que más queremos legar a los nuestros.
En esa perspectiva, así como las antiguas casonas de Talca, muchos de nuestros oficios tradicionales están condenados, más tarde o más temprano, a la extinción, como ya ha ocurrió con deshollinadores de chimeneas y afiladores de cuchillos.
Es cierto que estos son nuestro Patrimonio Vivo, pero por lo mismo, como todo ser vivo, también tienen el derecho y la necesidad de algún día dejar de existir.
1 comentario:
hola Luis
cimplejo el tema, dejar de existir como oficio abrazado de generación en generación...me pregunto si nadie haría ese trabajo, sería porque ya no hay peces,muerto contaminados?
me pregunto, los hijos que con gran lucha de los padres y ellos mismos se rían a estudiar, se endeudarían para pagar los estudios para siempre?
o volverían con conocimientos nuevos, con el mundo en sus manos conocido; pero con el alma en esos botes y en la calma del trabajo con historia viva, como el patrimonio?
cariños amigo
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