La reunión era importante así que decidí recurrir a artillería pesada. Aprovechando su paso por Chile fui acompañado de Lance, vicepresidente de la compañía norteamericana de tecnología que la empresa en la que trabajo representa Chile, Martin, gerente de ventas para Latinoamérica y el Caribe, ambos gringos algo hispanoparlantes, y Adriana, encargada de negocios para el conosur, quien aportaba ese carisma propio de las colombianas.
Luego de una hora y media de conversar sobre tendencias, marketing, mercado y otros tópicos quienes nos recibieron nos invitaron a contemplar Santiago desde los miradores del edificio Telefónica, aquella emblemática torre de 134 metros que se levanta junto a la también emblemática Plaza Italia.
Comentario aparte es que estoy convencido de que la invitación fue más motivada por las largas piernas de Adriana que por una gentileza de quienes nos recibieron.
Desde el piso 34 la ciudad se abría como una sábana multicolor a nuestros pies. Desde el mirador oriente se podía apreciar la inmensidad creciente del cordón formado por el Cerro San Cristobal, luego el Manquehue, hasta llegar a Los Andes, en esas fechas absolutamente nevados, coronados por El Plomo, la máxima cumbre que puede ser vista desde el centro de la capital. Más cerca de nosotros apreciamos el hermoso Parque Bicentenario de Vitacura y el magnífico mundo de cristal que tienen por emblema a las al que se pierde la vista entre los viñedos de Cousiño Macul.
La visión cambia desde el mirador Poniente. En primera instancia se aprecia el barrio cívico girando en torno al Palacio de La Moneda, pero más allá todo se funde en una maraña de poblaciones y conjuntos habitacionales donde la densidad demográfica es notoriamente exagerada, cordones industriales a diestra y siniestra, y una omnipresente nube de smog que vuelve todo difuso y borroso.
Adriana miraba al oriente comentando que esa tarde esperaba irse de shoping en el Parque Arauco mientras Martin miraba al poniente, quizás preguntándose si alguna vez conocerá aquel Santiago que está más allá de los hoteles y restaurantes de la ciudad empresarial. En tanto yo me daba cuenta de lo cierto que es el que vivimos en una ciudad de dos almas que poco conocen una de la otra a pesar de estar unidas por la rotonda de Plaza Italia.
1 comentario:
Dos almas o más.
Ahora la Costanera oculta mucho de la realidad chilena a los extranjeros que visitan el país. Antes, para llegar al sector oriente desde el aeropuerto había que cruzar a través de la Alameda, y era muy curioso (por utilizar un eufemismo suave) ver las diferentes ciudades que convivían en una gran urbe.
¿Se reducirán algún día esas diferencias? Quiero ser optimista y pensar que sí.
Y sí, dos buenas piernas pueden obrar milagros.
Un abrazo
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