Hace algunos días una amiga, periodista y fotógrafa, compartía por facebook la magnífica experiencia de visitar un Santuario de cetáceos en las costas del norte de Chile. El punto culmine de este viaje tuvo lugar cuando una enorme ballena fin nadó, con un mar casi transparente, a pocos metros de profundidad por debajo de la embarcación turística. Todos quienes leímos la publicación inmediatamente pedimos ver las fotos del evento pero Evelyn, mi amiga, nos contestó que prácticamente no había capturado imágenes, la experiencia era tan maravillosa y tan difícil de retratar que prefirió mantener su cámara en el bolso y dedicarse a disfrutar el momento.
Años atrás mi primer viaje fue a las islas del Lago Titicaca y en los días que estuve allí me comporté como un compulsivo turista nipón fotografiando todo lo que se me cruzaba por delante. Lo paradojal es que fueron pocas las imágenes con las que quedé realmente conforme, quizás porque hay vivencias cuya esencia no puede quedar plasmada en una imagen y si una imagen vale más que mil palabras una vivencia vale más que mil imágenes.
Caminar por sendas empedradas hace siglos y cruzar por entre portales de piedra en una isla en medio de un lago en el centro del altiplano en el corazón de Los Andes, es una experiencia única, pero intentar fotografiar estos portales sin que en la toma aparezca un grupo de turistas puede ser estresante (“hasta que hora se quedará ese italiano parado allí junto a su novia”, “a este grupo de argentinos justo se les ocurrió ponerse a merendar allí”, “¿Por qué los franceses caminan tan lento?”, “ahora si no hay nadie… pero ya oscureció y tampoco hay luz”) así que lo más recomendable es sencillamente disfrutar del camino y cruzar entre los portales sin importar cuantas personas van delante y cuantas van detrás.
Supongo entonces que por esta y otras tantas experiencias en mis últimas vacaciones fueron, comparativamente hablando, muy pocas las fotografías que tomé, quizás porque no se puede retratar el viento en la cara de tu hijo cuando se lanza en bicicleta por un descenso kilométrico, la tranquilidad que otorga estar toda una tarde en una hamaca a la sombra de los naranjos o el gratificante cansancio que provoca cabalgar todo un día por la cordillera.
PD: Lo anterior no implica que haya colgado mi cámara, es solo que me lo tomo con más calma.
2 comentarios:
jajajajaa. es increíble y cierto Luis!!
lograr fotografiar ese "instante" en temporada de vacaciones se hace imposible...
bella imagen!
Saludos,
Ali
QUÉ BIEN QUE LO DICES AMIGO LUIS. ES TAL CUAL, HAY MOMENTOS QUE SON SÓLO PARA VIVIRLOS , SALUDITOS
Publicar un comentario