Hace algunas semanas junto a un par de amigos al igual que yo aficionados a la fotografía nos encaramamos a la azotea del edificio de departamentos donde vive uno de ellos a capturar imágenes de la ciudad de Viña del Mar de noche. Para mí, que siempre he vivido a ras del suelo, resultaba particularmente interesante contemplar la urbe desde sesenta metros de altura.
Buena parte del tiempo lo dedicamos a intentar atrapar el desplazamiento del flujo vehicular en la intersección de calles que se encontraban a nuestros pies. Fotográficamente hablando la idea consistía en “congelar” el punto de vista del observador mientras los objetos fotografiados parecieran conservar su movimiento. Como dato les comento que se logra manteniendo abierto el obturador durante algunos segundos y siempre y cuando la luz ambiente sea baja y en lo posible los objetivos a capturar posean luz propia ojala contrastante, como los focos de los automóviles, que ayudan a crear estas estelas lumínicas.
Durante los días siguientes me quedé pensando en esta idea pero transportada al diario vivir, en otras palabras congelarme por unos instantes mientras al mundo continuaba su alocada marcha. Aunque parezca exagerado hice varias pruebas para lograr esa sensación: visité un antiguo claustro religioso convertido en museo en el corazón de Santiago, en su patio interior observando una fuente de agua y escuchando suaves cantos gregorianos me relajé como hacía mucho tiempo no lo lograba, incluso redescubrí el hermoso sonido que producen las hojas otoñales al caer al suelo, pero aunque grato no era lo que estaba buscando; visité la iglesia contigua y me di maña de notar como un cirio encendido por uno de los fieles se derretía milímetro a milímetro, también relajante y una excelente forma de ejercitar la paciencia pero no era lo que buscaba porque aún despojado de mi reloj notaba como el tiempo transcurría sin lograr desatenderme de él; luego opté por un camino contrario me dirigí al Paseo Ahumada, el lugar más transitado y estresante en todo Chile, y allí me quedé inmóvil en medio de la acera mientras un cuarto de millón de personas caminaban presurosas a mi alrededor y la verdad lo único que obtuve fue unos cuantos empujones y un desesperante deseo de huir de allí.
Debieron pasar unos cuantos días hasta que encontrara la respuesta a mi búsqueda y esta era mucho más simple de lo que esperaba. Encontré una instancia en la que todo parecía congelarse mientras tan sólo sentía el latido de mi corazón pero a la vez en la que yo parecía estar petrificado en un segundo eterno mientras el mundo alrededor indiferente continuaba su acelerado ritmo. Esa instancia fue un tierno y dulce beso.
Buena parte del tiempo lo dedicamos a intentar atrapar el desplazamiento del flujo vehicular en la intersección de calles que se encontraban a nuestros pies. Fotográficamente hablando la idea consistía en “congelar” el punto de vista del observador mientras los objetos fotografiados parecieran conservar su movimiento. Como dato les comento que se logra manteniendo abierto el obturador durante algunos segundos y siempre y cuando la luz ambiente sea baja y en lo posible los objetivos a capturar posean luz propia ojala contrastante, como los focos de los automóviles, que ayudan a crear estas estelas lumínicas.
Durante los días siguientes me quedé pensando en esta idea pero transportada al diario vivir, en otras palabras congelarme por unos instantes mientras al mundo continuaba su alocada marcha. Aunque parezca exagerado hice varias pruebas para lograr esa sensación: visité un antiguo claustro religioso convertido en museo en el corazón de Santiago, en su patio interior observando una fuente de agua y escuchando suaves cantos gregorianos me relajé como hacía mucho tiempo no lo lograba, incluso redescubrí el hermoso sonido que producen las hojas otoñales al caer al suelo, pero aunque grato no era lo que estaba buscando; visité la iglesia contigua y me di maña de notar como un cirio encendido por uno de los fieles se derretía milímetro a milímetro, también relajante y una excelente forma de ejercitar la paciencia pero no era lo que buscaba porque aún despojado de mi reloj notaba como el tiempo transcurría sin lograr desatenderme de él; luego opté por un camino contrario me dirigí al Paseo Ahumada, el lugar más transitado y estresante en todo Chile, y allí me quedé inmóvil en medio de la acera mientras un cuarto de millón de personas caminaban presurosas a mi alrededor y la verdad lo único que obtuve fue unos cuantos empujones y un desesperante deseo de huir de allí.
Debieron pasar unos cuantos días hasta que encontrara la respuesta a mi búsqueda y esta era mucho más simple de lo que esperaba. Encontré una instancia en la que todo parecía congelarse mientras tan sólo sentía el latido de mi corazón pero a la vez en la que yo parecía estar petrificado en un segundo eterno mientras el mundo alrededor indiferente continuaba su acelerado ritmo. Esa instancia fue un tierno y dulce beso.
11 comentarios:
Fantástica tu búsqueda de ese instante especial. Y más fantástico aún fue su hallazgo.
Tan accesibles que son los momentos que nos hacen sentir de una manera especial y, sin embargo, tan ciegos que somos para ellos.
Me están gustando mucho tus textos, tan personales, tan reflexivos, tan de adentro...
Besos
Parece que andamos en la misma búsqueda, será tal vez que no paramos nunca de encontrar la paz interior, me gusta como relatas tus búsqueda, me encantan tus fotos que espero algún día ver en colgadas para que todos las admiren, y me encanta que hayas logrado lo que buscabas en ese beso, muy dulce, abrazos y cuidate.
Y muchas más ocasiones encontrarás, contemplar la sonrisa de un niño o su angustia, un beso o su ausencia,....todos estos instantes congelan nuestras almas mientras el mundo gira.
En cierta forma las fotos son una forma de detener el tiempo en un solo click
Besicos
"Quien busca siempre encuentra..."
;-)
y aunque satisface plenamente esta búsqueda, el trayecto transcurrido es otra belleza....
es otro descubrir, detallado de lo ordinario y que nos transcurre sin darnos cuenta de ello...y nos perdemos de la belleza y riqueza de esos instantes.
Gracias Luis por permitirme estas sutilezas que pasan sin darnos cuenta...
un abrazo y una bella semana!
Ali
como siempre un placer el leerte,
y disfrutar de esta gran idea para hacerse atemporal y dichoso,
un abrazo
Qué buena búsqueda y qué mejor hallazgo amigo!
Precioso!
No hay mejor magia que detener los instantes.
Te abrazo, Luis.
M.
Luís...
increíblemente real y perfecto!!!
cuando en esa inmediatez de la caricia... se abren precipicios de silencios dentro nuestro!!!
precioso!!!
hermosos días amigo querido!!!
beso!!!
gracias por las palabras tan afectuosas dejadas en mis letras!!!
Me sirve como canto en favor de la lentitud y la pausa.
Huyy, qué razón llevas, nada hay como un beso para detener el tiempo...Hermoso tu texto y sobre todo, gratificante el final.
Y además he venido para decirte que en mi blog principal, no el de relatos que me lees habitualmente, sino en otro, hay un pequeño regalo para ti, para que lo recojas cuando puedas o gustes y que lo pongas o no en tu blog, es elección personal tuya, pero es para ti. Te copio el enlace:
http://maytedalianegra.blogspot.com/2010/07/premio-dardos-que-juan-antonio-comparte.html
Y me despido, deseándote un estupendo fin de semana, con uno de esos besos capaces de detener lo imparable: el tiempo...
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