Antes de hablarles del fuerte terremoto que afecto a mi país la madrugada del sábado recién pasado permítanme presentarles la Iglesia de Quinchao, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y ubicada en una pequeña caleta de pescadores en la isla del mismo nombre al oeste de la isla grande de Chiloé en las puertas de la Patagonia. Fue levantada por los jesuitas en el siglo XVII con resistente madera de alerce y tepual, y aunque ha sido restaurada en numerosas ocasiones se mantiene fiel a su diseño y materiales originales.
Ha resistido incontables temporales en una de las zonas con la mayor pluviometría en el mundo, sus cimientos han sido remecidos por al menos una docena de terremotos, las olas del Océano Pacífico llegaron hasta sus atrios para el maremoto de 1960 y hace un año atrás su techo se vio cubierto por las cenizas arrojadas por el volcán Chaitén; pero sigue en pie, sencilla y humilde en sus construcción pero a la vez orgullosa y altiva en el espíritu que representa.
De los diez sismos más fuertes que han sacudido el planeta, desde que se tienen registros y mediciones, tres han ocurrido en Chile; el primer lugar lo tiene el terremoto y maremoto de Valdivia de 1960, calificado como el más devastador de la historia; el que tuvo ocasión hace cuatro días ingreso directamente al quinto lugar de este nefasto ranking. Para que se hagan una idea este sismo de 8,8 grados righter liberó una energía ochocientas veces mayor que la del terremoto que devastó a Haiti y más de mil veces mayor que la liberada por la bomba de Hiroshima.
Pero para quienes vivimos en Chile bailar al compás de las fuerzas de la naturaleza es algo que se aprende desde niño, no en vano tenemos un fuerte sismo en algún punto del territorio en promedio cada diez años y sufrimos cuatro megaterremotos por siglo. En todos nuestros edificios emblemáticos y principales obra de infraestructura se repite como fecha de fundación 1906, 1939, 1960 y 1985, todos ellos años en los que un terremoto devastó al país, a estos de seguro se sumará el 2010. ¡Cuántas veces lo hemos perdido todo y cuantas veces lo hemos vuelto a levantar!; a lo largo de nuestra historia ciudades como Concepción, Chillán, Toltén, Chaitén y otras han sido refundadas y movidas desde su ubicación original luego de ser destruidas por un sismo, un tsunami o la erupción de un volcán, de seguro en los próximos meses fundaremos Nueva Constitución, Nuevo Pelluhue, Nuevo Cauquenes y cuantos otros.
Sin embargo no se engañen no todo es devastación. El sismo de 1960 enseñó a nuestros arquitectos e ingenieros a levantar casas y edificios con una de las normas antisísmicas más exigentes del mundo, de hecho los edificios colapsados no alcanzan al 5% en toda la amplia zona que abarcó el terremoto. Obviamente los poblados más cercanos al epicentro quedaron completamente en el suelo pero en lugares como Valparaíso donde el movimiento alcanzó más de 7 grados cuando escribo esto, cuatro días después, la vida sigue absolutamente normal, más allá de algunos problemas de cortes de agua o electricidad en ciertos sectores. Si bien el maremoto cobró la vida de más de quinientas personas, lo cierto es que dada la población de un país con tres mil kilómetros de costa la cifra pudo haber alcanzado los varios cientos de miles, pero también desde niños se nos enseña a evacuar nuestras escuelas, casas y lugares de trabajo, y que una vez finalizado un sismo debemos trasladarnos a un lugar en altura a un par de kilómetros del océano.
Me llama la atención como el dolor puede sacar a luz lo peor que llevamos dentro con turbas de cientos de personas saqueando supermercados en zonas ubicadas a más de quinientos kilómetros del epicentro en donde el abastecimiento de encuentra absolutamente garantizado, pero si el saqueo se limitara a leche, pañales y alimentos podría ser medianamente comprensible pero estamos hablando de tipos que huyen con televisores LCD, lavadoras y cajas de licores en su espalda; peor aún hay quienes se dedican a saquear las casas y autos destruidos con cadáveres frescos aún en su interior. Igualmente surgen comerciantes inescrupulosos que en la zona afectada venden a seis dólares el kilo de pan y cuatro dólares el litro de agua embotellada (normalmente ambos ítem no superan el dólar con cincuenta).
Pero también el dolor saca a la luz lo mejor que tenemos dentro, con bomberos voluntarios que han trabajado sin descanso durante setenta y dos horas intentando sacar, a riesgo de sus vidas, a los atrapados en medio de los escombros. Jóvenes estudiantes que han cruzado medio país para ir a sumergirse en el lodo para ayudar al rescate o que han trasladado por horas pesadas mochilas en sus espaldas cargadas con alimentos para hacerlas llegar a los puntos aislados. Son cientos los que hacen filas frente a la Cruz Roja, la Defensa Civil o la Oficina Nacional de Emergencia para ofrecerse como voluntarios. Hombres y mujeres anónimos distribuyen agua en sus vehículos en las poblaciones donde el servicio se encuentra interrumpido conformándose con una sonrisa y las gracias. Vecinos que quizás nunca habías conocido tocan la puerta de tu casa para preguntarte cómo estás y si necesitas algo, esa conversación se repite con el conductor del micro, con el cajero del banco, con la chica que te vende el café, todos parecieran estar genuinamente preocupados por todos; como nunca abundan los abrazos y los apretones de mano.
Definitivamente una catástrofe no saca lo peor ni lo mejor de nosotros, sencillamente muestra de que madera estamos hechos.
Me quedo con las palabras de una humilde mujer entrevistada con un equipo de prensa mientras observaba lo que había sido su casa ahora convertida en un amasijo de madera, concreto y lodo: “Lo perdimos todos, no se salvo nada, pero estamos vivo y tenemos las dos manas sanas para reconstruirlo todo….”
Ha resistido incontables temporales en una de las zonas con la mayor pluviometría en el mundo, sus cimientos han sido remecidos por al menos una docena de terremotos, las olas del Océano Pacífico llegaron hasta sus atrios para el maremoto de 1960 y hace un año atrás su techo se vio cubierto por las cenizas arrojadas por el volcán Chaitén; pero sigue en pie, sencilla y humilde en sus construcción pero a la vez orgullosa y altiva en el espíritu que representa.
De los diez sismos más fuertes que han sacudido el planeta, desde que se tienen registros y mediciones, tres han ocurrido en Chile; el primer lugar lo tiene el terremoto y maremoto de Valdivia de 1960, calificado como el más devastador de la historia; el que tuvo ocasión hace cuatro días ingreso directamente al quinto lugar de este nefasto ranking. Para que se hagan una idea este sismo de 8,8 grados righter liberó una energía ochocientas veces mayor que la del terremoto que devastó a Haiti y más de mil veces mayor que la liberada por la bomba de Hiroshima.
Pero para quienes vivimos en Chile bailar al compás de las fuerzas de la naturaleza es algo que se aprende desde niño, no en vano tenemos un fuerte sismo en algún punto del territorio en promedio cada diez años y sufrimos cuatro megaterremotos por siglo. En todos nuestros edificios emblemáticos y principales obra de infraestructura se repite como fecha de fundación 1906, 1939, 1960 y 1985, todos ellos años en los que un terremoto devastó al país, a estos de seguro se sumará el 2010. ¡Cuántas veces lo hemos perdido todo y cuantas veces lo hemos vuelto a levantar!; a lo largo de nuestra historia ciudades como Concepción, Chillán, Toltén, Chaitén y otras han sido refundadas y movidas desde su ubicación original luego de ser destruidas por un sismo, un tsunami o la erupción de un volcán, de seguro en los próximos meses fundaremos Nueva Constitución, Nuevo Pelluhue, Nuevo Cauquenes y cuantos otros.
Sin embargo no se engañen no todo es devastación. El sismo de 1960 enseñó a nuestros arquitectos e ingenieros a levantar casas y edificios con una de las normas antisísmicas más exigentes del mundo, de hecho los edificios colapsados no alcanzan al 5% en toda la amplia zona que abarcó el terremoto. Obviamente los poblados más cercanos al epicentro quedaron completamente en el suelo pero en lugares como Valparaíso donde el movimiento alcanzó más de 7 grados cuando escribo esto, cuatro días después, la vida sigue absolutamente normal, más allá de algunos problemas de cortes de agua o electricidad en ciertos sectores. Si bien el maremoto cobró la vida de más de quinientas personas, lo cierto es que dada la población de un país con tres mil kilómetros de costa la cifra pudo haber alcanzado los varios cientos de miles, pero también desde niños se nos enseña a evacuar nuestras escuelas, casas y lugares de trabajo, y que una vez finalizado un sismo debemos trasladarnos a un lugar en altura a un par de kilómetros del océano.
Me llama la atención como el dolor puede sacar a luz lo peor que llevamos dentro con turbas de cientos de personas saqueando supermercados en zonas ubicadas a más de quinientos kilómetros del epicentro en donde el abastecimiento de encuentra absolutamente garantizado, pero si el saqueo se limitara a leche, pañales y alimentos podría ser medianamente comprensible pero estamos hablando de tipos que huyen con televisores LCD, lavadoras y cajas de licores en su espalda; peor aún hay quienes se dedican a saquear las casas y autos destruidos con cadáveres frescos aún en su interior. Igualmente surgen comerciantes inescrupulosos que en la zona afectada venden a seis dólares el kilo de pan y cuatro dólares el litro de agua embotellada (normalmente ambos ítem no superan el dólar con cincuenta).
Pero también el dolor saca a la luz lo mejor que tenemos dentro, con bomberos voluntarios que han trabajado sin descanso durante setenta y dos horas intentando sacar, a riesgo de sus vidas, a los atrapados en medio de los escombros. Jóvenes estudiantes que han cruzado medio país para ir a sumergirse en el lodo para ayudar al rescate o que han trasladado por horas pesadas mochilas en sus espaldas cargadas con alimentos para hacerlas llegar a los puntos aislados. Son cientos los que hacen filas frente a la Cruz Roja, la Defensa Civil o la Oficina Nacional de Emergencia para ofrecerse como voluntarios. Hombres y mujeres anónimos distribuyen agua en sus vehículos en las poblaciones donde el servicio se encuentra interrumpido conformándose con una sonrisa y las gracias. Vecinos que quizás nunca habías conocido tocan la puerta de tu casa para preguntarte cómo estás y si necesitas algo, esa conversación se repite con el conductor del micro, con el cajero del banco, con la chica que te vende el café, todos parecieran estar genuinamente preocupados por todos; como nunca abundan los abrazos y los apretones de mano.
Definitivamente una catástrofe no saca lo peor ni lo mejor de nosotros, sencillamente muestra de que madera estamos hechos.
Me quedo con las palabras de una humilde mujer entrevistada con un equipo de prensa mientras observaba lo que había sido su casa ahora convertida en un amasijo de madera, concreto y lodo: “Lo perdimos todos, no se salvo nada, pero estamos vivo y tenemos las dos manas sanas para reconstruirlo todo….”
9 comentarios:
Te puedes creer que estuve pensando en si había amigos en chile y no te ubiqué ahí? No sé por qué!!! Ô_Ô
Quizás porque en este mundo importa poco de dónde sea uno, y otros datos que no vienen a cuento a la hora de relacionarse con las palabras.
Me alegro de que estés bien!
En cuanto a la madera de la que estamos hechos...pfff...yo no me atrevería a hablar sobre la mia. Eso sólo se sabe en ocasiones como aquella que vives.
El ser humano es muchas veces, abosutamente irracional.
Menos mal que los hay de madera noble, y por eso uno no pierde la fe en la especie humana.
Espero que como dices, todo vuelva a ser lo que era, o mejor de lo que era.
Un abrazo
Lala
Totalmente de acuerdo con tus conclusiones y con las palabras de esta señora. Creo que no es de otra manera.
Me alegro mucho que estés bien.
Un cálido abrazo y mucho ánimo.
John W.
Luis agradezco leerte aunque no tenga la capacidad para entender semejante fenómeno, ni tendría tu madera para poder reflexionar en tu calma, si entiendo las miserias humanas y lo lamento aunque se que es inevitable,
un abrazo y agradezco tus manos sanas junto con las de la señora de tu relato,
lamento el sufrimiento del pueblo Chileno
Luis,
Despues de leer sobre el suceso, las fotos, las cicatrices frescas de Haití.
Medito en tus palabras.
Empezar de nuevo.
Saludos amigo!
He estado muy pendiente desde que ocurrió... tengo una amiga ( una de las mejores) en Chile y no he podido estar tranquila hasta saber que ella estaba bien ( ha perdido mucha familia, o no sé si la ha perdido, aún siguen desaparecidos) y es verdad todo lo que dices del pueblo Chileno. Nunca en la vida he conocido a una persona con una sonrisa tan humilde y un caracter tan luchador como el de ella... y es que creo, que los Chilenos tienen un modo maravilloso de ver las cosas y de manejar sus vidas... para muestra un botón...me apego a la mujer de tu relato.
Un besito.
Me alegro que estés bien.
Me alegar mucho que estés bien!
Besicos
Querido Luis.
Perdóname. Hasta haber hablado con Alma no he caído en que eras de Chile, qué torpeza la mía.
Sé por ella, que tanto tú como los tuyos estáis bien, y yo con eso estoy más que feliz.
Un abrazo enorme.
Besos las manos de esa mujer y celebro tu sensibilidad para rescatarlas desde los escombros.
Estoy junto a ustedes.
Es verdad que en situaciones como éstas actuamos como somos, pero también lo es que a veces hasta que no ocurre no dejamos ver nuestra verdadera cara. Como soy de naturaleza optimista creo que abunda la buena gente que ayuda en la medida de sus posibilidades y eso (aún pensando en los otros) me reconforta.
Un abrazo
Publicar un comentario