“Amo el frio”, en más de una ocasión he dicho esa frase. Mi hijo también lo ama y ella… bueno ella también lo ama.
Hace poco más de un año me encontraba junto a mi hijo en la Patagonia y aprovechamos la ocasión para visitar uno de los ventisqueros de Campos de Hielo Sur. Pasamos todo el día en la cubierta de un viejo lanchón chilote viendo pasar los gigantescos bloques de hielo moverse a la deriva alrededor nuestro, el clima cambiante de los fiordos australes nos enviaba chubascos de tanto en tanto pero nada de eso nos importaba.
Las cosas cambiaron al atardecer cuando comenzamos a navegar en contra de un helado viento austral. Nuestra ropa mojada por la lluvia y el oleaje, la falta de luz solar y la ventolera comenzaron a hacer notar sus efectos: primero las manos se ponen rígidas, luego sientes como si te clavaran agujas en las yemas de los dedos, los dientes comienzan a castañetear y luego los espasmos comienzan a afectar cada músculo del cuerpo para finalmente empezar a sentir un abrumante cansancio. Pero tranquilos la situación tampoco era dramática, bastaba con buscar refugio al interior del lanchón y un par de horas después, ya de regreso en Caleta Tortel, una ducha tibia y un chocolate caliente transformaron el frio amenazante tan sólo en un recuerdo.
¿Amamos el frio o lo que realmente amamos es poder escapar de él a voluntad?
En uno de sus poemas, al referirse al invierno, Neruda habla de su amor por “la caricia del fuego en el frio silvestre”, y quizás es eso lo que disfrutamos; exponernos a voluntad a ese frio silvestre para después refugiarnos al calor del fuego de una chimenea, ocultarnos bajo las frazadas de nuestra cama o arroparnos con bufandas, gorros y guantes. Si tuviéramos que enfrentar el frio sin armas para defendernos de seguro este se convertiría en una mortal pesadilla.
“Amo la soledad” es otra frase que también he dicho, ¿pero no será lo mismo que con el frio?
Quizás enunciamos en forma despreocupada nuestro amor por la soledad tan sólo porque sabemos que en el fondo podemos salir de ella a voluntad. Tal vez no haya una pareja de por medio pero siempre hay padres, hijos y amigos que nos pueden brindar la compañía que entrega la misma calidez de una fogata en una noche de invierno.
De seguro si tuviéramos que enfrentar la soledad pura y descarnada esta también se convertiría en una mortal tortura.
1 comentario:
Lo bueno es poder elegir lo que deseamos, cuando es impuesto por distintas circunstancias ya deja de serlo.
Me encanta un buen chocolate caliente cuando hace frío, que placer !!!!
Abrazos Luis y disfruto mucho tus fotos y palabras (no te pierdas)
REM
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