Antuk desde cachorro sufría de las mismas recurrentes pesadillas, sabía bien que algo de realidad había en ellas, de pequeño aprendió que el alma nunca muere y solo cambia de una forma a otra, y que además los lobos marinos tienen la única capacidad de poder recordar esas vidas anteriores. Pero los recuerdos de sus camaradas con quienes comparte el roquerío no son muy distintos a la vida que ahora llevan, hablan de largas migraciones, de extensas jornadas de cacería y a lo sumo a alguno que otro le tocó ser algún animal terrestre o un ave permitiéndoles así hablar de montañas o desiertos. Sin embargo los recuerdos de Antuk son mucho más complejos y giran en torno a imágenes, figuras y estructuras que ninguno de sus amigos ha podido dilucidar, todas ellas asociadas a una terrible sensación de angustia, a un dolor que por momentos pareciera traspasarlo por completo y que lo hace emitir fuertes bramidos que parecieran ser un suplicante aullido.
Cierto día un extraño artefacto pasó raudo por la costa y sobre el dos figuras, similares a animales erguidos sobre sus patas. Toda la manada se lanzó al agua para evitar cualquier peligro menos dos: el más anciano que parecía ya conocer a aquellas criaturas y el joven Antuk que vio en estas las mismas formas que repletaban sus sueños.
“Entonces en tu cuerpo anterior tu alma estuvo en el mundo de los humanos” le indicó el anciano lobo, pero Antuk necesitaba saber más de estos extraños seres y por sobre todo porqué sus recuerdos estaban llenos de tanto dolor y tristeza. “Nosotros luchamos entre nosotros por un territorio donde alimentarnos y por hembras con quienes aparearnos, el hombre en cambio es el único ser que daña sin necesidad y que busca acaparar más de lo que necesita, pero si quieres saber más de ellos debes remontar el río hasta llegar a una de sus ciudades desde allí los podrás ver de cerca, pero hay un problema: los roqueríos de aquella ribera son propiedad de Coloso, el más fuerte de los nuestros y no le gustan que intrusos deambulen entre su harem”.
El joven lobo marino navegó varios días río arriba, en ocasiones luchando contra la corriente en otras arrastrándose entre las rocas, hasta que finalmente cientos de luces centelleantes nunca antes vistas le indicaron que había llegado a la ciudad de los hombres. Presuroso trapo a los alto de unas rocas y desde allí pudo ver cómo estás criaturas paseaban cerca de la costanera, pero lo que contemplaba no le cuadraba con sus recuerdos, aquí los humanos parecían seres felices y en su memoria solo había tristeza y angustia.
Absorto en sus pensamientos no vio venir a Coloso, un gigantesco lobo marino negro, que con una sola embestida lo arrojó a las frías aguas del río. Antuk intentó trepar nuevamente pero esta vez una fuerte mordida en una de sus aletas le hizo entender que permanecer allí le podía costar la vida, él no era rival para el señor de aquellas tierras.
Los años pasaron y, aunque seguía angustiado por sus visiones, logró convertirse en el macho dominante de las tierras costeras, pero eso no le bastaba ni le interesaba. Cuando creyó ser lo suficientemente fuerte y experimentado volvió a remontar el curso del río, trepó al mismo peñasco donde había estado tiempo atrás y nuevamente al ver a los humanos sus memorias comenzaron a aclararse.
Mientras trataba de ordenar sus ideas un de las hembras que estaba en el lugar le aconsejó que se alejara a menos que quisiera conocer la furia de Coloso pero Antuk no solo la ignoró sino que con un certero movimiento de su aleta la arrojó a las aguas donde tiempo atrás el había sido lanzado. Su agresividad le sorprendió por un instante pero prontamente volvió a concentrarse en su observación de las conductas de los hombres.
No paso mucho tiempo para que Coloso se presentara en el lugar pero ahora él también era un macho fuerte y poderoso y necesitaba tomar posesión de aquellas tierras, solo estando allí podría terminar de entender quien era y la raíz de su dolor.
El combate entre ambos lobos marinos fue brutal, pero luego de algunos minutos comenzó a decidirse a favor del más joven. La sangre hacía rato que corría por el cuerpo de ambos cuando Coloso finalmente hizo la señal de rendición, pero Antuk no se detuvo, siguió arrojando golpes, mordiscos y embestidas a un rival ya derrotado, en cada ataque, en cada bramido de furia y en cada suplica de su rival los recuerdos se hacían más claros.
Finalmente cuando el cuerpo de Coloso quedó inerte sobre las rocas Antuk lanzó un enorme aullido, distinto a los anteriores, en este no había una angustia inexplicable, este en cambio estaba lleno de tristeza y culpa, Antuk entendió que nunca había sufrido y que nunca había sido abusado, Antuk entendió que él había sido el torturador.
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