Hace unos tres años tuve la ocasión de estar en la ciudad boliviana de Copacabana (no confundir con la archiconocida playa brasileña), un pequeño pueblo asentado a orillas del Lago Titicaca en medio del altiplano andino a cuyo costado se levanta un imponente cerro de poco más de trescientos metros de altura conocido como El Calvario.
Como es lógico suponer desde lo alto del Calvario se obtiene una impresionante vista de Copacabana, el Titicaca y la comarca circundante así que con mi hijo no dudamos en desafiar los casi 4.000 metros sobre el nivel del mar en que nos encontrábamos y realizamos el ascenso. La vista cumplía con las expectativas pero lo que me llamó la atención fueron dos cosas: primero la gran cantidad de altares en su cima y en segundo término el encontrarnos con un masivo Vía Crucis a nuestro regreso considerando que faltaba al menos un mes para Semana Santa.
Lo cierto es que en Copacabana los ceremoniales de pascua de resurrección se inician con cuarenta días de antelación y durante este tiempo todos los viernes a media tarde se lleva a cabo un vía crucis por parte de la comunidad, pero a diferencia de otros una vez que los devotos llegan a la cima en ella compran una suerte de pequeños fetiches que representan sus anhelos para el resto del año, así el que quiere comprar una casa compra la maqueta en miniatura de una del que de estas, el que desea un automóvil compra un pequeño autito de juguete, el que anhela realizar un viaje compra una maleta y miniatura y así un sinfín de representaciones prácticas de los más variados deseos.
Una vez adquirido esta suerte de tótem de los deseos desasen el camino andado para regresar a la catedral católica de la ciudad donde le piden a un sacerdote o sacristán que bendiga el artilugio, finalmente con este ya debidamente bendecido nuevamente ascienden hasta lo alto del Calvario para depositar el bendito objeto como ofrenda en los altares que sobrepueblan la cima.
Créanme que subir una escala que asciende 300 metros con peldaños de piedra de varios centímetros de alto con una gradiente de cuarenta y cinco grados y con el escaso oxígeno que hay a 4.000 msnm sobrepasa la devoción y clasifica casi como un martirio.
Más allá de lo auto flagelante que puedan resultar las tradiciones religiosas en algunos lugares todo lo anterior me hizo pensar en lo contradictorio que resulta el hecho de que la esencia misma del cristianismo habla de libertad y una vida plena, “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Además se supone que el sacrificio de Jesús en el Calvario fue el sacrificio supremo hecho para que los hombres obtengan libertad de la esclavitud del pecado y luego de este no sea necesario ningún otro sacrificio, sin embargo por alguna razón que creo que tienen más que ver con poder controlar a las personas las instituciones religiosas han convertido a la religión en una suma continuo de sacrificios y penitencias, de esta forma la cima del Calvario no es más que el inicio de otros interminables clavarios.
2 comentarios:
Vaya, cuanta historia, igual compraría varios objetos por si a caso, no esta demás. Claro que no sé si alcanzaría a llegar hasta arriba sin quedar como estropajo en la mitad del camino, pero me encantaría visitarlos, sigue contando historias que se pasa muy bien leyendo y aprendiendo, un beso linda semana y no demasiado trabajo.
Qué llamativo es ver en lo alto de cerros, montañas, bardas, sierras, cruces. Siempre una cruz aparece en lo alto. En Bolivia, Argentina toda y tantos lugares más de América Latina. No puedo dejar de pensar en aquellos hombres que vinieron, impusieron, sometieron y casi anularon la cultura de los pueblos que encontraron. Una cruz como signo de dominación. Y encima con el agregado del sacrificio que garantizan, salva. Promesas que se pagan trepando, ofrendas en los altos andenes que llevan al cielo.
Cuando estuve en Copacabana elegí subir al otro cerro, al que está en la otra ladera de la ciudad. No andaba con ganas de ver cruces. Hoy tus palabras, tu descripción precisa y la fotografía que muestras me acercan a lo que no vi. Seguramente esta era mi mejor manera de estar allí.
Un abrazo.
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