Desde el norte las solitarias playas del desierto de Atacama se extienden por un centenar de kilómetros hasta llegar a los pies del antiguo faro de Huasco, detrás de él el pueblo y más allá como una condena de la enormidad la chimenea de la refinería de acero del lugar que sin descanso expulsa sus vapores contaminantes a la atmósfera.
Más de alguien podrá preguntarse cómo fue posible permitir la construcción de una fuente tan contaminante junto a un poblado tan densamente poblado, pero lo cierto es que la chimenea de la siderúrgica de la Compañía de Aceros del Pacífico es por mucho anterior a Huasco y a sus habitantes.
La refinería se construyo en un lugar alejado en medio de la costa del desierto de Atacama junto a una antigua caleta de pescadores prácticamente abandonada pero al poco tiempo de la puesta en marcha su millar de trabajadores se cansaron de la lejanía de sus familias y del viaje de unas cuantas horas hasta la ciudad más cercana y decidieron trasladar a sus esposas e hijos al campamento montado a un costado de la planta, la llegada de las familias trajo consigo el arribo del comercio menor; las presiones de los sindicatos obligaron a la empresa a urbanizar el asentamiento con servicios de energía eléctrica, agua potable y alcantarillado; la consolidación del otrora campamento y el éxito del comercio menor atrajo la llegada de las cadenas de supermercados, los bancos y otras empresas de servicios; el aumento sostenido de la población obligó al estado a levantar escuelas, un hospital y cuarteles de policía, y así casi sin darnos cuenta en pocos años habíamos construido una nueva ciudad conquistando el desierto.
En la actualidad no son pocos los que exigen a la acerera que replantee sus procesos productivos para disminuir el impacto de sus contaminantes en la población, sin embargo hay grupos más radicales que de frente abogan por el cierre de la siderúrgica.
Lo paradojal de la situación es que mientras la planta continué en funcionamiento Huasco se encontrará a una lenta agonía a consecuencia de los contaminantes ambientales y la decantación de esos en las costas, sin embargo si la planta detiene sus operaciones Huasco igualmente se encontrará condenado a desaparecer como en su momento los hicieron los campamentos de las industrias salitreras a mediados del siglo pasado un poco más al norte.
Con una infraestructura portuaria incapaz de competir con la de los relativamente cercanos puertos de Coquimbo e Iquique, sin atractivos turísticos masivos explotables en el corto plazo, con una agricultura que se limita a la producción de aceite de oliva y además con recursos hídricos limitados, y finalmente con el desierto más árido del mundo a sus espaldas, la única razón de la existencia de Huasco es proveer de mano de obra y servicios a la contaminante industria siderúrgica y al respecto poco o nada se puede hacer.
Lo trágico es que esta historia está condenada a repetirse, no porque no aprendamos de nuestros errores sino porque nos encontramos atrapados por el camino del “desarrollo” que nosotros mismos un día elegimos.
La fortaleza de nuestra economía depende de nuestra capacidad productiva y esta capacidad depende de un adecuado suministro de energía y esta energía se ha convertido en un bien escaso. Las alternativas al respecto son pocas, aunque nos opongamos en conciencia, aunque hagamos marchas y manifestaciones, inevitablemente algún día tendremos que elegir entre sacrificar el caudal de alguno de los ríos de la Patagonía para levantar allí centrales hidroeléctricas, o sacrificar alguna de las costas de Atacama para levantar centrales termoeléctricas, o si queremos ser más novedosos deberemos llenar algún valle con molinos de generación eólica o paneles solares o instalar en las faldas de algún volcán una planta geotérmica o sencillamente construir en algún punto una central nuclear heredando a nuestros nietos el problema de la eliminación de los desechos radiactivos.
Ya sea en medio del caudaloso río Baker, en las caletas atacameñas o en las faldas del volcán Llaima, junto a las monstruosas plantas construidas surgirá primero un humilde campamento de trabajadores, luego una villa, luego un pueblo y finalmente una enorme ciudad que se verá atrapada en las mismas disyuntivas que hoy enfrentan los habitantes de Huasco.
Más de alguien podrá preguntarse cómo fue posible permitir la construcción de una fuente tan contaminante junto a un poblado tan densamente poblado, pero lo cierto es que la chimenea de la siderúrgica de la Compañía de Aceros del Pacífico es por mucho anterior a Huasco y a sus habitantes.
La refinería se construyo en un lugar alejado en medio de la costa del desierto de Atacama junto a una antigua caleta de pescadores prácticamente abandonada pero al poco tiempo de la puesta en marcha su millar de trabajadores se cansaron de la lejanía de sus familias y del viaje de unas cuantas horas hasta la ciudad más cercana y decidieron trasladar a sus esposas e hijos al campamento montado a un costado de la planta, la llegada de las familias trajo consigo el arribo del comercio menor; las presiones de los sindicatos obligaron a la empresa a urbanizar el asentamiento con servicios de energía eléctrica, agua potable y alcantarillado; la consolidación del otrora campamento y el éxito del comercio menor atrajo la llegada de las cadenas de supermercados, los bancos y otras empresas de servicios; el aumento sostenido de la población obligó al estado a levantar escuelas, un hospital y cuarteles de policía, y así casi sin darnos cuenta en pocos años habíamos construido una nueva ciudad conquistando el desierto.
En la actualidad no son pocos los que exigen a la acerera que replantee sus procesos productivos para disminuir el impacto de sus contaminantes en la población, sin embargo hay grupos más radicales que de frente abogan por el cierre de la siderúrgica.
Lo paradojal de la situación es que mientras la planta continué en funcionamiento Huasco se encontrará a una lenta agonía a consecuencia de los contaminantes ambientales y la decantación de esos en las costas, sin embargo si la planta detiene sus operaciones Huasco igualmente se encontrará condenado a desaparecer como en su momento los hicieron los campamentos de las industrias salitreras a mediados del siglo pasado un poco más al norte.
Con una infraestructura portuaria incapaz de competir con la de los relativamente cercanos puertos de Coquimbo e Iquique, sin atractivos turísticos masivos explotables en el corto plazo, con una agricultura que se limita a la producción de aceite de oliva y además con recursos hídricos limitados, y finalmente con el desierto más árido del mundo a sus espaldas, la única razón de la existencia de Huasco es proveer de mano de obra y servicios a la contaminante industria siderúrgica y al respecto poco o nada se puede hacer.
Lo trágico es que esta historia está condenada a repetirse, no porque no aprendamos de nuestros errores sino porque nos encontramos atrapados por el camino del “desarrollo” que nosotros mismos un día elegimos.
La fortaleza de nuestra economía depende de nuestra capacidad productiva y esta capacidad depende de un adecuado suministro de energía y esta energía se ha convertido en un bien escaso. Las alternativas al respecto son pocas, aunque nos opongamos en conciencia, aunque hagamos marchas y manifestaciones, inevitablemente algún día tendremos que elegir entre sacrificar el caudal de alguno de los ríos de la Patagonía para levantar allí centrales hidroeléctricas, o sacrificar alguna de las costas de Atacama para levantar centrales termoeléctricas, o si queremos ser más novedosos deberemos llenar algún valle con molinos de generación eólica o paneles solares o instalar en las faldas de algún volcán una planta geotérmica o sencillamente construir en algún punto una central nuclear heredando a nuestros nietos el problema de la eliminación de los desechos radiactivos.
Ya sea en medio del caudaloso río Baker, en las caletas atacameñas o en las faldas del volcán Llaima, junto a las monstruosas plantas construidas surgirá primero un humilde campamento de trabajadores, luego una villa, luego un pueblo y finalmente una enorme ciudad que se verá atrapada en las mismas disyuntivas que hoy enfrentan los habitantes de Huasco.
6 comentarios:
Lamentable el futuro de algunas zonas como la que nombras, pasa en todas partes del mundo. Abrazos
Hubo una época en la que nos acercábamos al progreso... y ahora nos queremos alejar de él...
Besicos
Es lamentable ver como lugares hermosos se van perdiendo... un abrazo desde mi descanso.
Y sin embargo hoy, tu fotografia, desprende una belleza y una calma perfectas, haciendo más amenazante si cabe lo que se esconde tras esas playas y ese faro.
Mientras leía tu artículo, no pude evitar pensar en Quino, el pensador, humorista gràfico y creador de historietas argentino. (Muchos de sus trabajos incluyen temas como Huasco en las viñetas, que también usa para enviar mensajes de contenido social)
Gracias a Vos por difundir esta disyuntiva que no conoce fronteras.
Un Abrazo Luis!
Querido amigo, estoy contigo en todo lo que has descrito....vamos haciendo oídos sordos ante una evidencia....
Hoy escuchaba las noticias y me sorprendí como nuestros país se está "secando"... literalmente...y nada se ha dicho...sectores cordilleranos que con alegría y esperanza "veían" como nuestra Cordillera de los Andres algo de nieve tenía... puedes contemplarla hoy...está café...!!! y así muchos sectores y bosques...y ni hablar de los bosques nativos....porque con los incenios estos son IRRECUPERABLES....
un abrazo Luis!
Ali
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