Las zonas campesinas del centro sur de Chile se encuentran fuertemente influenciadas por la cultura mexicana, prueba de ella es que en las cantinas rurales abundan las fotos de Jorge Negrete (México lindo y querido), de cada tres canciones tocadas en las radioemisoras al menos dos son corridos o rancheras, y sagradamente después del almuerzo la sobremesa se hace observando la telenovela azteca de turno, esa donde su protagonista, María Dolores es una inocente y pura muchacha que no sabe los que es el amor hasta conocer a José Emilio, un vividor y mujeriego que tras cien capítulos descubre que la muchacha es el verdadero amor de su vida, obviamente en el intertanto también descubre que sus padres no son sus padres y la joven queda ciega, recupera la vista, hereda una fortuna y demases.
El misógino actuar de José Emilio y la paciente y abnegada entrega de María Dolores parecen exagerados, ridículos, extemporáneos al punto de ser molestos, pero aún así la historia de amor saca suspiros.
En el mundo real cada día a los miembros de mi género se nos hace más difícil encontrar ese perfecto punto de equilibrio para no parecer ni un bruto cazador de la era del cromañón ni tampoco un desabrido vanguardista londinense. Quiero decir ofrecerse a pagar la cuenta puede ser visto como un gesto de galantería o como un resabio de machismo primitivo, ofrecer fuego puede ser respondido tanto con una sonrisa agradecida como con una dura mirada de “también sé usar un encendedor”.
Imaginó que para las féminas contemporáneas tampoco es fácil intentar no ser percibidas ni como una desvalida princesa medieval ni como una devora hombres post moderna.
De mis años de estudios teológicos recuerdo a un profesor de orientación familiar que me enseñó que los hombres medimos el amor en términos de admiración, ergo “ella me admira, ella me ama”, en tanto las mujeres miden el amor en términos de protección, ergo “me siento protegida, me siento amada”. Quizás por lo mismo nuestro actual error es intentar relacionarnos de igual a igual cuando en realidad tan iguales no somos, tendremos los mismos derechos y las mismas capacidades pero nuestra búsqueda es diferente.
Me da la impresión que a pesar de nuestra modernidad aún María Dolores y José Emilio nos pueden enseñar algo, mal que mal creo que toda mujer tan sólo busca un abrazo que le haga sentir que nada malo puede pasar y tengo la certeza que nosotros tan solo buscamos que nuestro abrazo provoque esa sensación en alguien.
El misógino actuar de José Emilio y la paciente y abnegada entrega de María Dolores parecen exagerados, ridículos, extemporáneos al punto de ser molestos, pero aún así la historia de amor saca suspiros.
En el mundo real cada día a los miembros de mi género se nos hace más difícil encontrar ese perfecto punto de equilibrio para no parecer ni un bruto cazador de la era del cromañón ni tampoco un desabrido vanguardista londinense. Quiero decir ofrecerse a pagar la cuenta puede ser visto como un gesto de galantería o como un resabio de machismo primitivo, ofrecer fuego puede ser respondido tanto con una sonrisa agradecida como con una dura mirada de “también sé usar un encendedor”.
Imaginó que para las féminas contemporáneas tampoco es fácil intentar no ser percibidas ni como una desvalida princesa medieval ni como una devora hombres post moderna.
De mis años de estudios teológicos recuerdo a un profesor de orientación familiar que me enseñó que los hombres medimos el amor en términos de admiración, ergo “ella me admira, ella me ama”, en tanto las mujeres miden el amor en términos de protección, ergo “me siento protegida, me siento amada”. Quizás por lo mismo nuestro actual error es intentar relacionarnos de igual a igual cuando en realidad tan iguales no somos, tendremos los mismos derechos y las mismas capacidades pero nuestra búsqueda es diferente.
Me da la impresión que a pesar de nuestra modernidad aún María Dolores y José Emilio nos pueden enseñar algo, mal que mal creo que toda mujer tan sólo busca un abrazo que le haga sentir que nada malo puede pasar y tengo la certeza que nosotros tan solo buscamos que nuestro abrazo provoque esa sensación en alguien.