viernes, 31 de julio de 2009

Forzosa Desesperanza

Medio día en Santiago de Chile, en las calles alrededor de la Iglesia San Ignacio, sector conocido como la pequeña Lima por la gran cantidad de inmigrantes peruanos que allí se congregan, se vocea a voz en cuello la compra de divisas, las llamadas al Perú a precios ultra convenientes, así como ofertas de alojamiento y opciones de colocación laboral, más en silencio también los ofrecimientos contemplan el cómo obtener de forma “milagrosa” una visa de residencia permanente. En el interior de la parroquia los fieles, en su mayoría personas de la tercera edad que alguna vez pertenecieron a la aristocracia santiaguina y que no quisieron trasladarse a los exclusivos suburbios, escuchan la misa de doce cantada por un anciano sacerdote. En el portal del templo, a medio camino entre los gritos callejeros y los rezos litúrgicos, esta mujer, también inmigrante, se aferra con una forzosa desesperanza a su hijo mientras un vaso de refresco oficia de reciclado plato de limosnas. Quizás espera que alguno de sus compatriotas le comparta algo de la fortuna que le ha sido tan esquiva, quizás espera que alguno de los fieles recuerde que la caridad se demuestra con hechos concretos y no solamente con diez padrenuestros, quizás espera sencillamente ser notada por algún mal humorado policía de inmigración que creyendo hacerle un bien al país la deporte de regreso a la tierra de donde cierta vez quiso escapar y a la que ahora tanto añora, en donde a pesar de la dura pobreza nadie se referirá a ella como “chola mugrienta” (negra sucia).

Espero que en algún momento dejemos de ser indolentes ante nuestra propia indolencia.

sábado, 25 de julio de 2009

Tres Cruces

La imagen de una cruz puede ser rápidamente asociada al cristianismo, a una iglesia, cualquier iglesia en cualquier lugar y cualquier época de la historia, católica, ortodoxa o protestante, tanto a la Catedral de Notre Damme, la Basílica de San Pedro, la Abadía de Westminster o a una pequeña capilla de barrio. Si en la imagen hay varias cruces inmediatamente lo asociamos con un cementerio, cualquier cementerio en cualquier lugar y cualquier época de la historia, tanto al de los soldados norteamericanos caídos en la segunda guerra mundial con sus ordenadas filas de cruces como al de nuestra ciudad. Si en cambio en la imagen aparecen específicamente tres cruces, como en la fotografía que corresponde al atrio principal de la Basílica de Nuestra Señora de Copacabana en Bolivia, tan solo puede ser asociado al preciso instante de la crucifixión de Jesucristo, a su pasión y por consiguiente a su reminiscencia en los días de la Pascua de resurrección.
Recuerdo que cuando niño Semana Santa, el Fin de Semana Santo o las Fiestas de la Pascua de Resurrección, como ustedes prefieran llamarle, era una ocasión sumamente especial, una de las pocas festividades religiosas hechas casi exclusivamente para reflexionar se fuera creyente o no porque todo su entorno prácticamente obligaba a la meditación.
Este fin de semana era un festivo sagrado, la sola de idea de destinarlo a vacacionar en alguna playa era casi sacrílega. Desde temprano en los distintos canales de televisión se exhibían cuanta película de corte religioso hubiera sido filmada destacando entre todas la omnipresente “Jesús de Nazaret” de Franco Zefirelli. Eran días de ayuno y penitencia por lo que estaba prohibido comer carnes o cualquier clase de delicias al paladar. En las tarde cada barrio tenía su propio Vía Crucis que era todo un acontecimiento social. Al anochecer era absolutamente impensado realizar cualquier acto de jolgorio por lo que pubs, cabarets y toda suerte de local nocturno cerraba penitentemente sus puertas.
Ya el sábado el continuado de filmes continuaba con el Manto Sagrado, Quo Vadis y Ben Hur, matizado entre medio con algún documental de la BBC y los cortos en los noticieros de la bendición papal y las impactantes imágenes de los fieles que se auto crucifican en las Filipinas.
Finalmente el domingo desde temprano comenzaban las misas católicas o cultos protestantes donde se celebraba la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre la muerte y por consiguiente nuestra posibilidad de alcanzar la vida eterna.
Confieso que siempre encontré todo lo que Semana Santa envolvía un poco parafernálico y en alguna medida un tanto hipócrita, pero debo reconocer que se gustase de ello o no, se abría un instante para la meditación y el análisis.
Actualmente las grandes tiendas comerciales y los supermercados cierran el día viernes santo no por convicción religiosa sino que para evitar pleitos con sus sindicatos, pero reabren con furia y ofertas inusitadas el siguiente día. Los tres días festivos se transforman en la ocasión perfecta para tomarse unas pequeñas vacaciones y las agencias de viajes bombardean nuestros correos electrónicos con espectaculares promociones para realizar un viaje relámpago a Buenos Aires o a algún refugio termal en medio de la campiña.
Es cierto que en general se conserva la tradición de no comer carnes, pero de ayuno nada, cada familia organiza su magnífica paella de mariscos o pescado asado al horno con mantequilla, que como corresponde debe ser acompañado de un adecuado vino blanco de reserva. También es cierto que el luto por la muerte del Hijo de Dios se mantiene durante el viernes, pero exactamente a las cero horas un minuto las discos y locales nocturnos abren sus puertas para recibir a sus cliente ávidos de diversión.
El día sábado se debe volver al trabajo o se destina a recuperarse de la juerga de la noche anterior, pero el domingo si que es especial, ese día es necesario levantarse temprano, no para asistir a algún culto sino que para buscar los huevos de chocolate escondidos por el Conejo de Pascua (nunca he entendido que hace un conejo poniendo huevos pero en fin).
No me mal interpreten, no soy un cristiano devoto, creo en una sociedad secularizada, en la libertad de culto y pensamiento, también creo que el estado no puede alinearse exclusivamente con las creencias religiosas de algunos, aunque estos en ciertos casos sean la mayoría. Pero me preocupa que conforme pasan los años cada vez vayamos perdiendo esos espacios que nos permitían dedicarnos a la meditación, la introspección, el análisis y el conversar en familia.
Quizás sea el consumismo latente, quizás sea le necesidad de rebelarnos contra toda suerte de conservadurismo, quizás el destino de las sociedades sea volverse completamente seculares y en poco tiempo más todo lo que estoy escribiendo no tenga ningún sentido. Sea como sea es un hecho que hace ya bastante tiempo la Navidad dejó de ser “Paz y buena voluntad para los hombres” para convertirse en “Comprar regalos para quedar bien con todos” y aparentemente poco a poco hemos ido cambiando las reflexiones de la Pascua de resurrección por acciones en la fábrica de chocolates del dichoso conejo.

lunes, 20 de julio de 2009

Profundidad Rural

Fue parado frente a esta carretela tirada por bueyes que algo me indicó que acababa de abandonar, al menos por algunos días, la vorágine de la vida citadina para sumergirme por completo en la inquietante quietud de la naturaleza profunda y el mundo rural. Ese algo no fue lo autóctono del cuadro presenciado, no fueron los silbidos de las aves en la cercana floresta, no fue tampoco el encontrarme a unas seis horas de marcha del poblado más cercano, fue sencillamente la sonora alarma de mi teléfono móvil indicándome la total y completa ausencia de señal.
Hace algunos años en una reunión social conversando con uno de esos conocidos ocasionales con los que se puede entablar una entretenida charla pero que horas después ni siquiera se recuerda su nombre, este me comentó acerca de sus magníficas vacaciones en las profundidades de la Patagonia. Como es lógico pensar de inmediato me imaginé una tienda de campaña sacudida por el viento junto a una fogata humeante a los pies de un glaciar milenario. A los pocos minutos de conversación me di cuenta que en lugar de la sacrificada carpa se trató de una suerte de yurt mongol de treinta metros cuadrados dotado de piso alfombrado con calefacción centralizada, cama king size y televisión y teléfono satelital. No critico a quienes optan por el contacto con la naturaleza con las comodidades de un hotel cinco estrellas pero no me interesa llevar mi sala de estar o el escritorio de mi oficina al lugar donde supuestamente viajo a desconectarme del cotidiano vivir, pero aún así sin proponérmelo me he terminado contradiciendo.
De cara a las vacaciones estivales de este año opté por contratar el servicio de navegación por internet para mi teléfono móvil, la idea era poder revisar algunos correos electrónicos y consultar alguna información en la web que me fuera útil en mi plan de viaje. Sin darme cuenta me encontré revisando mis estados de cuenta bancarios, examinando la actualidad noticiosa y al visitar mi página de facebook enterándome del diario acontecer en mi trabajo. No fue hasta que parado frente a esa carretela de bueyes y tras darme cuenta que no contaba con señal de telefonía móvil finalmente me “desconecté” por completo.
El comienzo fue casi traumático, por sobre todo porque me vi obligado a esperar. Mi conjugación habitual del verbo esperar consiste en aguardar el paso del autobús número 307 que me lleva a mi lugar de trabajo y que sagradamente pasa cada quince minutos; en aguardar el fin de mi jornada laboral que siempre ocurre a las 21 horas; en aguardar la llegada de mi pedido de comida a domicilio que de acuerdo a lo publicitado debe ser antes de treinta minutos o sino es gratuita. En resumen todas mis cotidianas esperas no son más que parte de una adecuada programación que suele cumplirse al pie de la letra.
Inmerso en medio de la profundidad de la campiña me vi obligado a esperar llegar al final de un intricado camino sin poder consultar las vistas satelitales provistas por Google Maps; a esperar el fin de la lluvia sin poder consultar ningún informe meteorológico; a esperar el hervor del agua calentada por el fuego sin poder apurarlo con la programación de un micro hondas; a esperar el paso de un bus rural que cumple con su recorrido a “alguna” hora del día. Esas esperas son las que ayudan a calmar las pulsaciones, aquietadas por el murmullo de los árboles, y a clarificar la mente, libre de las programaciones cotidianas, por lo mismo esas esperas nos permiten alcanzar un renovado rendimiento físico y una sorprendente profundidad de pensamiento.
Espero haber aprendido la lección y para la próxima vez no sólo mantendré apagado mi móvil sino que en una de esas quizás incluso me despojo de mi amado y fiel reloj de pulsera.

miércoles, 15 de julio de 2009

Nuevo Plumaje

Entre las cientos de fotografías que me quedan por tomar están la de un cóndor en majestuoso vuelo entre las cumbres andinas, la de un carpintero de cabeza roja horadando el tronco de un añoso roble o la de un colibrí succionando el polen de alguna flor. Entres mis obsesiones ornitológicas los pelicanos ocupaban un lugar menos que secundario, quizás porque para quienes vivimos cerca del litoral estas aves al igual que las gaviotas resultan tan habituales que llegan a pasar inadvertidas. Por lo mismo me llamó muchísimo la atención la imagen de esta pareja de hermoso plumaje que pareciera estar posando orgullosa para la ocasión.
Hacia el comienzo de la primavera, luego de los vuelos migratorios invernales, los pelicanos, así como la mayoría de las aves, renuevan sus plumajes de cara a un nuevo ciclo de apareamiento y el posterior periodo de nidificación. En la necesidad de que los machos más aptos capten la atención de las hembras más fértiles, y viceversa, cada ejemplar se “viste” con sus mejor traje para iniciar la fascinante estación de cortejo.
¿Somos distintos los seres humanos? De mi experiencia y de la de más de algún cercano puedo decir con mediana certeza que después de una ruptura sentimental de relativa importancia solemos cambiar o ampliar nuestro círculo social, nos iniciamos en la práctica de algún deporte hasta entonces ajeno a nosotros o nos interesamos en alguna nueva actividad intelectual. En primera instancia esta es una medida de autoprotección que busca reasignar los espacios de tiempo antes dedicado a la vida en pareja, también en alguna forma buscamos levantar nuestra autoestima que sin importar las civilizadas condiciones en las que se haya dado un quiebre sentimental siempre resulta dañada. Pero también en esto buscamos cambiar nuestro plumaje, volver a sentirnos atractivos, no se trata de impostar una nueva personalidad sino de seguir siendo los mismos de siempre pero ojalá absolutamente renovados. Este renuevo (social, físico, intelectual o cultural) nos da la posibilidad de encontrar un nuevo ser querido o de volvernos notorios e interesantes para esas viejas amistades para las que siempre habíamos pasado inadvertidos.
Después de un largo invierno sentimental un necesario cambio de plumas es indispensable para entrar de lleno en la fértil y florida primavera (reconozco que lo anterior suena bastante cursi y rebuscado pero ustedes entienden la idea).
Sin embargo, y siguiendo la analogía, existen aves que son radicalmente monógamas teniendo una sola pareja de por vida, la más célebres de estas especies es el pingüino. Estos también cambian y renuevan su plumaje en la necesidad de continuar siendo un objeto de deseo (no sé realmente si a un nivel emocional o tan sólo instintivo) para la pareja que los ha acompañado toda una vida.
La necesidad de conquistar y ser conquistado, la de cambiar el plumaje y ver un plumaje nuevo, también se mantiene en aquellas parejas que han permanecido juntas por años, tal vez lograrlo sea la clave para el éxito en una empresa que en los tiempos actuales se vuelve cada vez más difícil.

viernes, 10 de julio de 2009

Atardeceres Nerudianos

Fácil de describir, sencillamente un hermoso atardecer estival en la Roca Oceánica, santuario de la naturaleza y refugio de enamorados a medio camino entre los balnearios de Reñaca y Concón en el litoral central de Chile. La silueta de la derecha, también fácil, una gaviota; la de la izquierda un poco más compleja: la bandera elegida para sí mismo por el poeta Pablo Neruda, dos círculos armilares con un pez en su interior en donde algunos creyeron ver algún animal místico y en donde el vate tan sólo veía un “pescado frito”.
Neruda se ha convertido en una suerte de emblema del orgullo patrio para mis connacionales, mencionado hasta el cansancio en cuanta ceremonia cultural se desarrolle y en toda suerte de conversación de corte intelectualoide, en especial si hay extranjeros presentes. No es que no se merezca ese sitial porque es suyo de sobra, pero no es menos cierto que la mayoría de los chilenos lo conocemos casi exclusivamente por frases como “Puedo escribir los versos más tristes esta noche…” o “Me gustas cuando callas porque estás como ausente…”.
Gabriel García Márquez lo recordará como “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, y Harold Bloom dirá de él que “ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él”. Algunos lo recordarán por su grandeza realizando esfuerzos sobrehumanos para ofrecer asilo en nuestro suelo a los refugiados de la Guerra Civil española, tal vez como una forma de saldar la deuda de lo que no pudo hacer por su amigo García Lorca. También algunos lo recordarán por su pequeñez, permaneciendo como un padre completamente ausente para su única hija enferma de hidrocefalia al punto de ni siquiera asistir al funeral de esta.
Pablo Neruda era sencillamente un ser humano, lleno de luces y sombras, certezas y contradicciones, pero por sobre todo un hombre continua y permanentemente enamorado, no de una mujer en particular como dan prueba sus tres matrimonios y numerosas amantes, sino que enamorado del estar enamorado.
Más allá de cómo lo describan sus biografías y lo que los textos hablen de él, creo que lo justo es recordar a Neruda de la forma en la que él quiso ser recordado, tal como lo escribió en el verso que más tarde se convirtiera en su propio réquiem, el mismo que les comparto: un fragmento de “Pido Silencio”.

“Ahora me dejen tranquilo
Ahora se acostumbren sin mí.

Yo voy a cerrar los ojos
Y sólo quiero cinco cosas
Cinco raíces preferidas.

Una es el amor sin fin.

Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
Vuelen y vuelvan a la tierra.

Lo tercero es el grave invierno.
La lluvia que amé,
La caricia del fuego en el frío silvestre.

En cuarto lugar el verano
Redondo como una sandía.

La quinta cosas son tus ojos,
Matilde mía, bienamada,
No quiero dormir sin tus ojos,
No quiero ser sin que me mires,
Yo cambio la primavera
Por que tú me sigas mirando.

Amigos, eso es cuanto quiero,
Es casi nada y casi todo…”

Sencillamente hermoso,…

domingo, 5 de julio de 2009

Trascendencia

La foto corresponde al frontis de la casa central de la Universidad de Chile y la estatua en primer plano es la de su fundador: el diplomático y académico venezolano Andrés Bello. Leyó bien, no es un error, el principal centro de estudios chileno fue fundado por un extranjero avecindado en el país, aparentemente a mediados del siglo XIX apreciábamos el aporte de los inmigrantes no solo por la cantidad de divisas ingresadas, pero ese es otro tema.
Porqué nuestras calles y plazas se encuentran llenas de estatuas de hombres ilustres? Sencillamente por su trascendencia. Las pirámides de Egipto, el Taj Mahal y buena parte de las grandes obras arquitectónicas de la humanidad son majestuosos mausoleos levantados en busca de trascendencia, sumemos a eso la tumba de Elvis en Memphis y la de Jim Morrison en Paris, verdaderos lugares de culto. El sueño americano original, no el actual que tan solo consiste en acumular posesiones, se definía como “tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro” tres cosas que deberían perdurar más allá de nuestra muerte y marcar que nuestro paso por esta vida tuvo alguna trascendencia.
En nuestra actual sociedad globalizada pareciera que la trascendencia es un objetivo innecesario e inalcanzable, quizás porque ya todo ha sido inventado, descubierto o construido, así que salvo descubrir la vacuna para el cáncer o ser el primer humano en pisar Marte es poco lo que podemos hacer para pasar en forma significativa a la posteridad. Pero quizás sea también porque casi todo lo que conocemos es desechable, descartable y de uso a corto plazo, y a ello no han escapado las personas.
Hace algunas semanas en la empresa donde trabajo fue despedida una persona bastante cercana a mí. Bastaron tan sólo unos pocos minutos de que se nos fuera notificada la medida para que su cuenta de correo electrónico, sesión y claves de usuario fueran borradas del todopoderoso sistema informático. En el mismo momento en el que alguien en una oficina a doscientos kilómetros de distancia apretó el botón “Delete” se borraron de golpe los más de seis años que mi ahora ex colega dedicó a su trabajo. Como el show debe continuar en nuestros puestos laborales rápidamente cubrimos su ausencia a la espera de que se nos presente su reemplazante definitivo. Me parece increíble que a pocos días ya casi lo hayamos olvidado, así como he olvidado a tantos ex compañeros de oficina a lo largo de los años, pero vivimos en una maquina productiva que no se puede detener por lo que los duelos deben ser breves y no hay tiempo para un minuto de recuerdo, en esas circunstancias ¿Es posible lograr algún grado de trascendencia?
Escribo al nivel de los simples mortales, no de aquellos que por sus cargos políticos o poderío económico van a estar presentes para bien o para mal en los libros de historia. Como bien canta Serrat “¿Quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario?”… quizás lo que hacemos en este lugar, camaradas blogueros, sea alguna forma de alcanzar cierta trascendencia buscando que nuestros pensamientos superen las barreras del tiempo y el espacio. Me perturba un poco si el depender del no ataque de un virus informático y el no cierre de un servidor en particular.
En fin, me quedo tarareando la canción de Serrat que les comenté.

Si la muerte pisa mi huerto
¿Quién firmará que he muerto de muerte natural?
¿Quién lo voceará en mi pueblo?
¿Quién pondrá un lazo negro al entreabierto portal?
¿Quién será ese buen amigo que morirá conmigo, aunque sea un tanto así?
¿Quién mentirá un padrenuestro y a rey muerto rey puesto… pensará para sí?
¿Quién cuidará de mi perro?
¿Quién pagará mi entierro y una cruz de metal?
¿Cuál de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral?
¿Quién vaciará mis bolsillos?
¿Quién liquidara mis deudas? A saber…
¿Quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario?
¿Quién me hablará entre sollozos?
¿Quién besara mis ojos para darles luz?
¿Quién rezará a mi memoria, Dios lo tenga en su gloria, y brindará a mi salud?
¿Y quién hará pan de mi trigo?
¿Quién se pondrá mi abrigo el próximo diciembre?
¿Y quién será el nuevo dueño de mi casa y mis sueños y mi sillón de mimbre?
¿Quién me abrirá los cajones?
¿Quién leerá mis canciones con morboso placer?
¿Quién se acostará en mi cama, se pondrá mi pijama y mantendrá a mi mujer,
Y me traerá un crisantemo el primero de noviembre? A saber…
¿Quién pondrá fin a mi diario al caer la última hoja en mi calendario?

Gracias hijo mío por estar presente en mi vida. ¿Un blog calificará como libro?.., debo ir a plantar un árbol.