domingo, 31 de mayo de 2009

Arte en Movimiento

Diciembre de 2008 y como cada fin de año Valparaíso se llena con los colores de los Carnavales Culturales, tres días en los que en los espacios públicos de la ciudad se suceden muestras de danza, conciertos musicales de toda índole, obras teatrales y toda suerte de manifestación cultural y artística. El punto culmine tiene lugar el domingo previo al año nuevo con la realización del Pasacalles, un gigantesco desfile de batucadas, marionetas gigantes, compañías de teatro y danzantes, así como también juntas de vecinos y humildes agrupaciones comunales como la de la mujer de la fotografía que al igual que sus compañeras preparó por semanas su traje tan sólo para bailar algunas horas por las calles porteñas llenando de color a este puerto gris.
No entiendo porque el arte y la cultura son considerados patrimonio exclusivo de una élite, quizás porque por un fin de preservación las grandes obras artísticas han sido recluidas al interior de los museos o porque lamentablemente el costo de la literatura tiende a ser excluyente al igual que el acceso a las presentaciones de música clásica, ópera y ballet por mencionar algunas formas culturales. Pero también es un hecho que quienes forman parte del llamado “mundo del arte y la cultura” suelen mirar con ciertos aires de superioridad al común de los mortales, como si el vulgo no fuera capaz de comprender las metáforas del género lírico, indigno de descubrir los matices de la pintura contemporánea e incapaces de percibir la profundidad en los guiones del sobrevalorado cine europeo.
Nombre como los de Matta, Galeano, Benedetti, Warholl, Furosawa o Verdi deben estar vedados a las grandes masas o si no se harían populares y la élite intelectual detesta todo aquello que suene, huela o parezca masivo. Para los plebeyos están el poema 20 de Neruda, los libros de Stephen King, los conciertos gratuitos de Morricconne y los DVDs con comentarios del director de Tarantino.
Celebro que aunque sea por tres días una ciudad se llené de cultura y que a esta tengan acceso las dueñas de casas, los obreros, los estudiantes y quien quiera conocerla. Ojalá hubiera permanente acceso gratuito a las galerías de arte y salas de teatro (sé que es imposible por una cuestión de costos), se hicieran más conciertos líricos en espacios públicos y los lugares donde se almacena el patrimonio cultural dejaran de ser hostiles y grises edificios de aire victoriano (para un niño de ocho años el exterior de una biblioteca o un museo es lo más cercano que pueda haber a una mansión embrujada).
Con una mueca de dolor y repugnancia la élite cultural debe reconocer que las obras magistrales de los más grandes escritores, pintores, poetas, músicos y dramaturgos usualmente tuvieron su inicio en la sucia servilleta de un bar bohemio, entre las sábanas de un burdel clandestino o en la pequeña habitación de un edificio comunitario en medio de algún getto de inmigrantes.
El arte y la cultura son patrimonio de sus pueblos y no derecho de algunos pocos, por lo mismo deben ser celebrados en forma masiva, desbordante, carnavalesca, desenfrenada y creativa, aunque algunos lo encuentren “de pésimo gusto”.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Romanticismo

Esta foto me recuerda el típico cuadro adornado con versos de Neruda que luego de comprarlo en alguna feria solíamos regalar a alguna novia de secundaria y que hoy, en plena época de Internet, se envían vía correo electrónico en formato Power Point.
Claro que el típico cuadro romántico a diferencia de la foto superior es protagonizado por apuestos jóvenes sacados de algún capítulo de Baywatch. Y es que nuestra iconografía contemporánea está marcada por estereotipos de cuerpos juveniles, perfectamente tonificados, de narices respingadas, cabellos rubios y piel tersa, en resumen verdaderas estatuas griegas vivientes, dejando de lado y llevando al extremo de grotesco y despreciable todo aquello que no calce con este perfecto patrón de apariencia.
No se confundan, no tengo nada contra quienes cuidan de su apariencia física por el contrario lo aplaudo, en especial al considerar que la obesidad se ha vuelto una enfermedad crónica de la cultura occidental rica en comida de bajo valor nutritivo y con poco tiempo disponible para realizar actividades físicas.
Pero el sano deseo de mantenerse en forma y la innegable admiración por un cuerpo atlético no nos puede volver incapaces de notar la inmensa belleza igual presente en quienes no cumplen con el 90-60-90 (mujeres) o las espaldas anchas y vientre plano (hombres), en especial porque estos “imperfectos” somos la inmensa mayoría de la población planetaria.
El aprender a encontrar la belleza en las personas comunes y corrientes nos ayuda a aceptarnos y querernos a nosotros mismos, tipos también comunes y corrientes por lo consiguiente igualmente bellos. Encontrar hermosura solo en los estereotipos de revista de modelaje nos esclaviza a intentar, quizás inútilmente, alcanzar ese supuesto grado de perfección o vivir permanentemente inconformes y avergonzados de nuestro par de kilos de más o nuestras piernas muy delgadas o nuestro busto pequeño o cualquier cosa que nos impida algún día desfilar en Milán.
Esta pareja de “gorditos” caminando al atardecer por las suaves arenas del balneario de Reñaca junto a una quizás inútil caña de pescar son una verdadera postal de romanticismo y hermosura.

lunes, 25 de mayo de 2009

Introspectiva Urbana

No se equivoquen, no es una fontana italiana, los árboles de fondo no pertenecen a Central Park, no es el portal de acceso a una paseo parisino, es la Terraza Neptuno en pleno Cerro Santa Lucía a metros del centro de Santiago, contaminada capital de Chile.
Para la época de vacaciones estivales y cualquier concentración de tres o más días festivos los santiaguinos se dividen en tres marcados grupos: los ABC1, nombre dado de acuerdo al marketing al estrato económicamente acomodado, que parten raudos al aeropuerto para continuar rumbo a cualquier destino exótico; los C2C3, la clase media, que inundan con sus vehículos las carreteras ansiosos por llegar a alguna playa deshabitada o lago perdido entre las montañas; y lo D/E, sector menos pudiente de la población, que maldicen el no compartir la suerte de los otros. A pesar de las marcadas diferencias de poder adquisitivo estos tres grupos tienen algo en común: sus ganas de marcharse de una ciudad a la que apenas conocen.
No me mal interpreten, al igual que la mayoría anhelo la llegada de las vacaciones para viajar a algún lugar hasta entonces desconocido y no encuentro nada más desintoxicante que una escapada de fin de semana lejos de lo cotidiano. Pero es una realidad que usualmente vivimos mirando otros horizontes convencidos de que el pasto crece mejor en el patio del vecino y no nos damos el tiempo de conocer y valorar la riqueza humana, cultural y arquitectónica de nuestras aparentemente poco interesantes ciudades.
Puedo decir por experiencia propia que redescubrir y reenamorarnos del lugar donde vivimos es una experiencia enriquecedora y fascinante. Basta sólo cambiar la disposición mental, por decirlo de alguna forma mover el switch de modo transeúnte a modo turista, para que esos lugares cotidianos y recurrentes adquieran una nueva significancia y hermosura, encontrar calles que no conocíamos, levantar un poco la vista y ver la riqueza arquitectónica de balcones o cornisas, y así entender que vivimos en ciudades cargadas de los problemas típicos de la urbanidad contemporánea pero a la vez rebosantes de una belleza enorme.
Una canción del grupo de rock Los Prisioneros a finales de los ’80 decía “Si sueñas con Nueva York o con Europa…. Porque no se van del país”, yo lo reemplazaría por un porque no conocen su país.

viernes, 22 de mayo de 2009

Un Instante en Taquile

Hay fotos que no se planifican, ni siquiera se piensan, tan sólo se levanta la cámara y se toman.
Esta es una de esas, sencillamente alcé la cámara y disparé el obturador. El resultado: un instante cotidiano, simple y complejo a la vez en un día común y corriente en la isla de Taquile en el costado peruano del Lago Titicaca. En ella se aprecian sus escalinatas pavimentadas en piedra, sus angostas callejuelas, hombres con atuendos típicos, niños traviesos y los siempre infaltables turistas.
La vida es como esta fotografía un instante detenido en el tiempo seguido por otro y otro en forma infinita, al igual como cuando vemos una película en el cine donde nos parece ver una imagen continua cuando en realidad se trata de 24 fotogramas por minutos.
El poder darse el tiempo de congelar estos instantes, más allá de en una fotografía en nuestras mentes, nos permite degustar, meditar, redescubrir y por sobre todo disfrutar estos momentos. Pero ello requiere tiempo un bien cada vez más escaso en nuestra alocada vida moderna en donde el “no tengo tiempo” o el “estoy apurado” se ha vuelto una constante. No hacerse de un momento es la verdadera pandemia de la sociedad contemporánea, nos impide disfrutar de nuestros hijos, de nuestros logros, de nuestras pequeñas cosas aparentemente insignificantes como también no nos posibilita aprender de nuestros errores y fracasos.
Aquel que nunca tiene tiempo y que siempre vive ocupado no se da cuenta como la vida se le escurre entre las manos, como sus hijos se vuelven hombres, como sus amigos se convierten en extraños, ni siquiera es capaz de darse cuenta que tal vez ya haya cumplido sus metas trazadas años atrás.
Que sano sería diariamente al final de la jornada darnos el tiempo de congelar un instante del día vivido para disfrutarlo, para aprender de él, pero sobre todo para atesorarlo.


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martes, 19 de mayo de 2009

Reinventado

En 1997 luego de un siglo y medio de faena llegó a su fin la explotación de las minas de carbón en la ciudad de Lota. Al cabo de algunos años piques mineros como el famoso Chiflón del Diablo se convirtieron en destacados atractivos turísticos y los mismos mineros que trabajaron allí toda su vida continuaron internándose en las profundidades de la tierra ahora como guías de visitantes ávidos de conocer la vida Subterra.
Pocos meses atrás el protagonista de esta fotografía me guió por los intrincados laberintos subterráneos del novelístico Chiflón del Diablo. La interesante experiencia allí vivida sería bastante larga de relatar pero me remitiré a los comentarios de este ex minero respecto a las interminables jornadas de trabajo de más de doce horas, la imposibilidad de calentar alimentos o líquidos pese al frío imperante por temor a provocar una explosión de gas, el como niños de ocho años eran iniciados en las faenas mineras, los constantes accidentes fatales y el como buena parte de los mineros desarrollaba enfermedades crónicas como artritis o silicosis. Todo lo visto y oído en aquel lugar me pareció más cercano a una forma moderna de esclavitud que a una actividad productiva, pero este hombre parecía añorar con melancolía sus años horadando la tierra prefiriendo mil veces esa dura forma de vida antes que vivir dependiendo del caprichoso flujo de turistas y curiosos.
La reconversión laboral ha sido dificil para estos rudos hombres, pero para bien o para mal la reconversión o más aún la propia reinvención es una constante y casi una necesidad en los tiempos modernos.
Cuantos de nosotros hemos estudiado una carrera por vocación y hemos terminado haciendo algo completamente distinto, cuantas veces los cambio de trabajo han implicado también un cambio radical en nuestra forma de mi vida. Entre mis colegas directos cuento un ex estudiante de arquitectura, un ex estudiante de psicología, un ex miembro de las fuerzas armadas y un contador, todos ellos ahora dedicados a la atención de público.
La reinvención marca la posiblidad de adaptarnos al siempre caprichoso y cambiante mercado laboral, pero también marca la posibilidad de irnos superando, de continuar creciendo, de no rendirnos ante las circunstancias, de ser capaces de seguir adelante más allá de las visicitudes de tal o cual crisis personal, laboral o económica.
La reinvención es lo que nos permite no anclarnos al pasado ni conformarnos con nuestro presente sino continuar mirando al futuro y aunque encuentro de pésimo gusto vivir citando frases ajenas en esta ocasión se justifica parafrasear las palabras del poeta Nicanor Parra : "...Yo levanto mi copa por el día que vendrá,... que es lo único de lo que realmente disponemos".

Cambio de Enfoque

Un paseo a mediados de primavera parecía ser la perfecta ocasión para probar mi cámara reflex recién adquirida, y así avanzando por calle Prat me encuentro con la perfecta ocasión de fotografiar la típica postal de un trolebus avanzando por las calles porteñas. Bastaría sólo un par de horas para que sentado frente a mi PC me diera cuenta que el mal manejo del cilindro de enfoque había transformado mi estupenda postal en la foto de una señora portando una bolsa anaranjada con un trolebus de fondo.

Muchas cosas requieren ser adecuadamente digeridas o revisadas y es así como al tiempo descubrí cierta frescura en esta imagen. La señora en cuestión en lugar de estropear la toma le dió una frescura y calidez que hubiera sido imposible lograr manteniendo el enfoque proyectado.
En tiempos de crisis como los actuales me he visto cotidianamente obligado a cambiar el enfoque de muchos de mis planes y si bien me he privado de ciertas cosas he recibido a cambio la satisfacción de vivir situaciones que nunca estuvieron proyectadas.
Las anheladas vacaciones en el extranjero debieron ser cambiadas por la visita a la casa de esa tía sureña que me hizo revivir los regaloneos recibidos en mi infancia; las onerosas salidas a comer en algún restaurant se reemplazaron por económicas pero infinitamente cálidas tertulias con amigos de años; la actitud ante mi hijo de todopoderoso proveedor de cuanta cosa se le ocurriera se reenfoco en la explicación de que hay tiempos para ser austeros y ahorrativos.
El cambio de enfoque me ha enseñado que puedo continuar usando el mismo celular aunque su pantalla no sea táctil, que mi pc es lo suficientemente rápido para lo que yo lo ocupo, que no se justifica tener cincuenta canales de televisión contratados si solamente veo los noticiarios y un sin fin de pequeños reenfoques que han hecho mi vida más sencilla y me han ahorrado unos cuantos pesos en la pasada.
Desde hace algún tiempo esta es la hermosa foto de una porteña caminando por calle Prat una tarde de primavera, como dato anecdótico se ve un trolebus detrás de ella.

domingo, 17 de mayo de 2009

Sobrevuelo

El ave es un pequeño aguilucho de los que abundan en la desembocadura del río Aconcagua en Concon; su imagen en pleno vuelo mérito absoluto de la cámara Sony Alfa con que fue tomada; lo interesante es el fondo, las potencialmente contaminantes torres de la refinería de petróleo de Enap.
El Humedal de Concón en la desembocadura del río Aconcagua es un lugar en extremo particular no sólo por los cientos de aves marinas que anidan allí deleitando a los ornitólogos aficionados con sus impresionantes coreografías en especial en los atardeceres de verano. Lo especial de este refugio natural es que se encuentra a menos de medio kilómetro de dos empresas que deberían ser contaminantes casi por derecho propio, una es la refinería de petróleo de Enap y la otra es la planta de químicos industriales del gigante alemán de Basf, sin embargo ambas empresas de algunos años a esta parte han hecho un esfuerzo importante en reducir su emisión de contaminantes permitiendo que a pocos metros de ellos tenga lugar la mayor concentración de aves marinas de la zona central de Chile demostrando que industrialización y conservación son perfectamente compatibles en la medida que estado y empresa privada se lo propongan. Pero lamentablemente el Humedal no se encuentra fuera de peligro y su principal contaminación son los desperdicios dejados por sus visitantes.
Usualmente culpamos de la contaminación a las grandes corporaciones multinacionales que talan nuestros bosques, ensucian nuestras aguas y oscurecen nuestro cielo, pero se nos olvida nuestra responsabilidad en el asunto, lo que nosotros debemos hacer en pro de la ecología y el desarrollo sustentable.
El punto no consiste en acallar nuestra conciencia no arrojando basura en la calle y depositándol en un tacho, eso es una básica medida de educación y no una solución a la contaminación porque sea desde el suelo o desde un contenedor los desperdicios igual terminaran en un vertedero e igualmente en algunos casos tardaran siglos en descomponerse. El remedio consiste en sencillamente generar menos desperdicios.
Privilegiar los envases reciclables y por sobre todo reutilizables, abandonar el excesivo culto al envase plástico (es necesario comprar todo los meses un nuevo pote de mantequilla si este se puede rellenar con la comprada a granel) y por sobre todo dejar de pedir bolsas de nylon en cada compra que hacemos, es realmente insólito como en supermercados y multitiendas la gente pide bolsas para transportar cosas que caben en sus bolsillos o que perfectamente pueden ser llevadas en la mano, bolsas que sólo minutos después termina en algún tacho de basura.
La actividad industrial y la preservación ecológica deberán aprender a coexistir, pero poco importaran los planes descontaminantes de las grandes empresas o los gobiernos si el cambio no ocurre primero en nuestros hábitos cotidianos, así que primer paso DEJE DE PEDIR BOLSAS PLASTICAS.

sábado, 16 de mayo de 2009

Londres 38

Tan solo la puerta de una casa antigua con un número en su costado, Londres 38 no pasa de ser una dirección más en medio del antiguo barrio Paris-Londres a pasos de la Iglesia San Francisco en pleno centro de Santiago, pero hay mucho detrás de esta simple trozo de madera.

Luego del golpe militar de 1973 la antigua casa de Londres 38 fue usada durante un año como centro de detención por la Dina (Dirección Nacional de Inteligencia). En este lugar eran "interrogadas" aquellas personas supuestamente participes de planes subersivos en contra del recientemente instalado gobierno militar. Estos interrogatorios consistían en torturar a los detenidos, usualmente aplicandoles electricidad, hasta que entregaran la información buscada por la Dina, muchos de ellos no sobrevivieron la "experiencia" y aún persiste un centenar de personas que entraron forzados por esa puerta y hasta el día de hoy, más de veinticinco años después, no se sabe donde o de que forma fueron ocultados sus cuerpos.

Pero mi reflexión no gira en torno a las atrocidades cometidas allí, con los año ya de sobra denunciadas, sino que tratar de entender cual es la lógica detrás del torturador, detrás de quien da la orden de que esta sea ejecutada. Esa lógica no es otra que la que el supuesto bienestar de la patria estaba por sobre las vidas y los derechos de algunos pocos, en otras palabras la maquiavélica doctrina de que "el fin justifica los medios".
La pregunta es cuanta veces justificamos lo injustificable en nuestra vida diaria utilizando eufemismos como mentira piadosa, mal necesario o el sofisticado daño colateral?. Cuando el fin es proteger a nuestros hijos es justificable violar su privacidad? para afianzar nuestra posición en la empresa donde trabajamos se justifica exagerar más allá de lo prudente nuestros meritos y hacer notar los defectos de nuestros colegas? mentir a nuestra pareja para que "no sufra" es necesario? y así incluso en las situaciones más insignificantes solemos caer en la misma lógica de quienes establecieron los protocolos de la Dina.
Lugares como Londres 38 en el pasado o Guantanamo en la actualidad nos deben recordar que no importa cual sea la situación o su contexto "el fin no puede justificar los medios".

Niña de Amantani

No sé su nombre, tampoco qué estará haciendo en estos momentos o si seguirá viviendo en la lejana isla donde tomé esta fotografía, solo sé bien que hasta el día de hoy me cautiva esa enigmática sonrisa que apareció tan solo al decirle "¿te puedo tomar una foto?".
Fue en Febrero de 2008 que con mi hijo decidimos viajar a conocer el Lago Titicaca, maravilla natural enclavada en pleno altiplano andino compartida por Perú y Bolivia. Inicialmente buscaba conocer los restos de las civilizaciones inca y tiwanakota existentes en el lugar, por sobre todo en la Isla del Sol, en el costado boliviano del lago, lugar que sería el punto culminé del viaje. En este ir y venir fue que arrivamos luego de un par de horas de navegación desde la ciudad puerto de Puno a la isla de Amantani, la más grande del Lago Titicaca peruano, hasta entonces un lugar del que solo había leído algunos relatos vagos en una que otra pagina de internet.
Llegamos en compañía de un grupo de turistas, en su mayoría europeos, y fuimos recibidos en el embarcadero de la isla por una delegación de su comunidad. En Amantani no existen hoteles, tampoco restaurantes, así que los visitantes son hospedados por los mismos comuneros de origen quechúa en sus humildes casa hechas en su mayoría de adobe, esto aparentemente brinda la oportunidad única de compartir un día en la típica vida de los amantaninos pero como estos son extremadamente tímidos y reservados las conversaciones no son muy profusas y él día de permanencia en la isla se encuentra cargado de actividades organizadas para los turistas por la comunidad, tales como ver el atardecer desde los alto del monte Llacastiti donde se encuentra un altar a Pachatata, deidad masculina de la tierra, o participar de una colorida fiesta folklórica en la sede comunitaria.
No fue hasta nuestro segundo día en la isla, a la hora del desayuno previo a partir de regreso al embarcadero para continuar viaje rumbo a la vecina isla de Taquile, que me dí cuenta que la casa en la que habíamos alojado era habitada por una numerosa familia y no tan solo por Jacqueline, la comunera que había oficiado de anfitriona. Además de ella vivía allí su anciano padre, su esposo, un par de mujeres más y un grupo de infantes, entre ellos la pequeña de la fotografia.
Ha pasado más de un año desde aquello y cada vez que observo esta foto me cuestiono el no haber conversado más con ellos, el no haber sabido quienes eran en realidad, el no haber preguntado sus nombres. Cuantas personas se nos cruzan a diario, y en algunos casos en forma constante, en nuestro camino y no sabemos nada de ellas, el chofer del taxi colectivo que tomamos cada mañana, la cajera del autoservicio donde compramos el cappuccino al medio día, los profesores de nuestros hijos, la secretaria de la consulta médica y un sin fin de gentes que siempre están allí, cuyos rostros forman parte de nuestras vivencias, pero de las cuales sencillamente no sabemos nada, ni siquiera como se llaman.
Esta foto me recuerda cada día al menos averiguar el nombre de quienes se cruzan en mi camino. No hay nada más agradable que el que alguien se dirija a nosotros por nuestro nombre, es el primer elemento que nos identifica y una de las cosas que nos hace únicos e irrepetibles.
En mi trabajo llevó una placa con mi nombre escrito y es en extremo placentero cuando algún cliente me dice "Luis puede usted ayudarme...", en lugar de un distante "señor" o "caballero".
Espero algún día regresar a Puno en el altiplano andino, navegar dos horas por el Lago Titicaca hasta llegar al embarcadero de Sancayuni en la isla de Amantani, subir por sus sinuosos caminos hasta un conjunto de casas al pie del monte Llacastiti y encontrar nuevamente el hogar de Jacqueline tan solo para preguntarle "¿Cual es el nombre de tu hija?".